lunes, octubre 30, 2006

IKER EL CIEGO

Iker quisiera tener la consistencia del molusco. Ser un invertebrado con el caparazón del cangrejo; o estar cubierto como el caracol con su concha, para evitar hacerse daño cada vez que tropieza con las piedras. Cada vez que no atina el paso al subir o bajar las banquetas, o los escalones del autobús. Quién iba a pensar que la vida le haría esa jugarreta de dejarlo a oscuras ya pasados los cuarenta.
— Me toma muy viejo la ceguera. Si cuando menos hubiera nacido así, estaría ya hecho a la idea. Mis otros sentidos compensarían la falta de vista y, sin nunca haber visto la luz del día ¿cómo habría podido echarla en falta? Ni por eso se apiadó Greta y vio en mi enfermedad la oportunidad de deshacerse de mí cuando más la necesitaba. No tardó mucho en conseguirse otro, y otro más. Me tuve que ir de la casa cuando su descaro era ya insoportable. Las últimas palabras que me lanzó cuando me marché, todavía me punzan el alma como clavos ardientes.
—¡Lárgate de una vez, ciego inútil!
—El camino a la fábrica desde donde vivo ahora que ya no estoy con Greta no lo conozco. Me vuelvo loco tratando de reconocer las calles, las esquinas, los autobuses. Distingo las cosas por sus sombras, sus siluetas y la luz del sol me enceguece todavía más. ¡Ah! Dios mío, quién tuviera la capacidad del murciélago, que manda sus señales por el aire para evitar chocar contra los árboles; o la de la hormiga, que puede llegar hasta su nido guiada por los olores de su ruta.
Iker tropezó el otro día con unos hombres que hacían reparaciones en la calle y que descansaban echados en el suelo después de la hora del almuerzo, y cayó encima de ellos.

— ¿Qué estás ciego, pendejo? ¡Fíjate donde pisas!

Iker lloró calles más adelante. A partir de su ceguera, sólo inspiraría el desprecio y la compasión de los hombres.

— ¡Señor! Conviérteme en araña, que sabe medir a zancadas la distancia a su agujero. La más pequeña alimaña ciega puede sobrevivir en la Tierra y yo, que soy hombre, no soy más que un despojo inútil.
En el almacén de la fábrica donde trabaja, Iker surte materiales que conoce desde hace muchos años. Reconoce los tornillos, las tuercas, los diferentes cables al tocarlos, pero desde que sus compañeros se dieron cuenta de que el glaucoma lo está dejando ciego, le van dando cada vez menos responsabilidades para evitar que tenga un accidente, y para evitar errores de surtido. Antes, manejaba un montacargas pero ahora, no es capaz de distinguir la línea sobre la que debe escribir su nombre.
— Deberían darle la incapacidad permanente en el Seguro Social, Iker. Usted no puede trabajar así. Le dijo la enfermera de la fábrica.
— No me la dan porque dicen que me pueden operar si consigo unas válvulas que cuestan catorce mil pesos, y yo no los tengo. Y el Seguro Social no tiene presupuesto para comprarlas.

— Pero es que el riesgo de un accidente es muy grande.

— Sí, pero yo necesito que me operen. Que me pongan esas válvulas para ver mejor y no tengo ese dinero. Tengo que seguir trabajando hasta que los junte.

Iker salió de la enfermería y se acordó de Bartimeo, el ciego de la Biblia, que fue sanado por Jesús en Jericó.
Pero Jericó estaba más lejano todavía que el día que llegara a conseguir los catorce mil pesos.

La obra de arriba es: "Jesús cura al ciego de Jericó" de Nicolas Poussin hacia 1650

viernes, octubre 27, 2006

PINGÜINO EMPERADOR, EJEMPLO DE SOLIDARIDAD

De los ejemplos que se encuentran en el mundo animal y de los que bien podríamos aprender, hay uno que me parece maravilloso por la solidaridad que practican las parejas hembra y macho cuando se trata del cuidado de sus crías. Se trata del Pingüino Emperador. Existen dieciocho diferentes clases de pingüinos y todas ellas viven al sur del ecuador. Los más grandes son los pingüinos Emperador que viven en la Antártida. Anidan sus huevos cerca de noventa kilómetros lejos del océano ya que no podrían anidarlos en el hielo porque se congelarían si sólo lo tocaran por unos cuantos segundos. No hay nada que los pingüinos puedan usar para construir sus nidos, por lo que tienen que cuidar de sus huevos de modo especial.
La hembra del Pingüino Emperador pone solamente un huevo, y una vez que lo hace, el pingüino macho lo hace rodar hasta la parte superior de sus pies. Un doblez especial de piel en la parte inferior del estómago del pingüino macho cubre completamente el huevo para mantenerlo tibio. Esto ocurre alrededor de mayo o junio, al comienzo del crudo invierno antártico; en donde las oscuras noches llegan a durar más de 20 horas.

Los pingüinos macho permanecen de pie juntos para poder sobrevivir a las bajas temperaturas hasta por dos meses con sus huevos en sus pies.

Mientras tanto la hembra va buscar alimento tan pronto como pone su único huevo. Después de dos meses, regresa y toma el huevo del macho. El pingüino macho llega a perder hasta la mitad de su peso en ese tiempo. Cuando la hembra regresa, busca a su pareja por medio de su llamada que logra reconocer entre cientos. Entonces el pingüino macho, quien no ha tenido nada que comer por dos meses, regresa al mar.
Luego de que el cascarón del huevo rompe, los pingüinos hembra y macho toman turnos para cargar al bebé en sus pies. Cuando la temperatura es muy baja, la piel del estómago de sus padres cubre al bebé pingüino. Esto lo mantiene tibio y lo protege del viento y el hielo.

Es sorprendente la equidad y el sacrificio que la pareja de pingüinos — que además es monógama — practica. Aunque su conducta es instintiva para proteger la especie, no deja de maravillarme. Por otra parte, es descorazonador reconocer que el hombre no es precisamente mejor que los pingüinos en ese aspecto. Me dan ganas de ir a repartir volantes con esta historia afuera de las maquiladoras y en la calle para incitar a la reflexión.

jueves, octubre 26, 2006

MUERE RAFAEL RAMÍREZ HEREDIA

Del Trópico (Fragmento)
"A un lado de la bañera, la mujer, alta y carnosa, coloca los elementos necesarios: el abanico de pie, una pirámide de piñas con cáscara, tulipanes rojos y amarillos, heliconias intensas, una sandía abierta en dos, varias papayas cortadas en picos, helechos extendidos, un trío de velas con candelabros dorados, y cerca de donde ella apoyará la cabeza dentro de la tina, se encuentra, suntuosa, la cesta llena de mangos.

Cinthia toma el primero, lo palpa midiendo su madurez, lo huele e inicia el descascarado mientras canturrea alegres marchas militares, aires de variados arabescos y redobles, marchas y no boleros, esos no, esos son exclusivos del hombre joven que lleve una gabardina gris, cruzada, con adornos metálicos en el cinturón, y aparezca al inicio de la calle Madero.
Con el mango libre ya de ataduras, irrumpientes los olores y las fibras, la carne frente a los ojos, ella le hunde los dientes clavándolos con lentitud, moviendo las mandíbulas con la fuerza exacta, con el ritmo necesario de quien desea extender la mordida hasta más allá del tiempo, refugiándose en ese placer que Cinthia absorbe como primer aliento.
Deja que el jugo amarillo corra por los cachetes, manche el cuello, avance hacia los pechos gordos, blancos, cruzados de venas remarcadas, y el zumo se mezcle con el agua fría batiendo los pezones en una especie de ola, pintarrajeada apenas, que sube de color conforme la cesta de mangos va quedando vacía.
Ella tararea.
Marca los redobles de un tuba con los cachetes inflados. Lleva el compás de los tambores y clarines con los hombros.
Pela la fruta, mira el decorado y muerde.
Sorbiendo, degusta la carne jugosa. Saborea lo dulce de la pulpa. Frota su papada contra el cuello para sentir al líquido pegostroso a su carne y sigue con las marchas militares y el movimiento del agua en la tina de porcelana, mientras la tarde se derrumba en calores, afuera, en las calles del puerto".

Rafael Ramírez Heredia nació el 9 de Enero de 1942 en Tampico, Tamaulipas y falleció, a causa de un cáncer pulmonar, este 24 de Octubre.

Publicó más de 45 libros entre los que destacan El Rayo Macoy, por el que ganó el Premio Internacional “Juan Rulfo” en 1984, y La Mara, Premio del Círculo de Críticos de Arte de la República de Chile al mejor libro extranjero del año 2004 y Premio Dashiel Hammett 2005, que entrega La Semana Negra de Gijón, Asturias, España. Sus obras han sido publicadas en Estados Unidos, Honduras, Colombia, Argentina, Chile, Cuba, España, Francia, Alemania, Rusia y Bulgaria, y traducidas al alemán, francés, inglés, búlgaro y ruso. También escribió cuentos, crónicas y colaboró en numerosas revistas y periódicos mexicanos y extranjeros. Se desempeñó como profesor por más de 40 años en el Instituto Politécnico Nacional de México. Incansable viajero, aficionado a la Fiesta Brava (se jactaba de conocer casi todas las plazas de toros del mundo y de haber recibido algunas cornadas), apreciaba la amistad por encima de muchas cosas. Su última novela publicada La Esquina de los Ojos Rojos, de Editorial Alfaguara, se agotó a las cinco semanas de su aparición.

Su muerte, en plena madurez intelectual deja un vacío en el ámbito de las letras mexicanas.

“Y allí frente al toro, es donde me siento más yo que nunca, porque me cae que antes de torear me estoy muriendo de miedo, pero ya adentro, cuando de veras me estoy jugando la vida, cuando sé que antes me mata el animal de un pitonazo a que yo me haga a un lado, es entonces cuando me siento más lleno de vitalidad. Y así es la vida, como el toreo, porque uno tiene que estar dispuesto a la muerte y así entregarse a la vida”.

Fragmento de entrevista que pueden leer en su página aquí.

martes, octubre 24, 2006

MAURICIO CARRERA Y LAS HERMANAS MARX

El otro día Ricardo y yo fuimos a una fiesta. Era el cumpleaños del escritor y ensayista mexicano Mauricio Carrera, y como está de profesor invitado en la Universidad de Ciudad Juárez, aprovechó la excusa para conocer un poco más a sus nuevos amigos de la frontera y nosotros acudimos encantados a conocerlo a él. Yo me acababa de leer su trilogía de cuentos Las Hermanas Marx con la curiosidad de quien busca pistas para descubrir los artificios de los buenos escritores y con la esperanza de encontrar esa extrañeza de quienes se alejan de la narrativa facilona, porque uno siempre quiere que el recuerdo de un libro que uno lea sea perdurable. Como el de un gran amor.

Por este libro Mauricio obtuvo el Premio Nacional de Cuento Inés Arredondo en 2003, que junto a otros, ha engrosado más su prestigio y va dando a conocer muy rápido su calidad innegable. El libro se compone de tres relatos: Lluvia en la Gioconda, Armas que Fueron Humilladas, y Las Hermanas Marx. Tengo que confesar que ya hacía mucho que no leía algo tan hilarante como Lluvia en la Gioconda. Su personaje, un joven huyendo de su padre, cuenta su periplo en Europa a la vez que transita de los brazos de Caline, la madura y caliente escritora fallida, a los de Nadine, la bella y no muy lista maquillista de una perfumería, mientras descarga sus frustraciones amorosas dirigiendo el chorro amarillo de sus esfínteres contra el muro azul de una librería parisina. En Armas que fueron Humilladas, el deseo de Alberto — el fotógrafo cuarentón abandonado por su esposa lesbiana — por llevarse a la cama a Josefina, va menguando conforme se revelan los intrincados rasgos de su personalidad.

Pero la perla de la corona, sin menoscabo de los otros dos cuentos, se la lleva sin duda Las Hermanas Marx. Para empezar, la frase inicial Perdone usted que no me levante”, se lee en el epitafio de la abuela”, abre genialmente la historia. En ella, Mauricio cuenta una historia de amor — o desamor— usando como fondo una profusión de personajes, escenarios, y situaciones que llena de aromas y color a este magnífico relato. Cuando lo empecé a leer — yo que prefiero la sencillez y la brevedad a lo barroco—, temí que la historia principal se diluyera en el mareo que me causaba este llevarme en volandas de Alemania, a España, el Atlántico, la Unión Soviética, México… de Karl Marx, a Engels, los titiriteros, la bisabuela, y a la Pasionaria. Pero la destreza narrativa de Mauricio mantiene hábilmente el hilo conductor de la historia entre Marina Nadurille y Carlos Alberto Izquierdo sin que lo perdamos de vista y sin dejar nunca de hacernos sonreír con ese original sentido del humor y ese dinamismo que caracterizan a los tres relatos. Mauricio dice que en Las Hermanas Marx intenta “contar las historias de mujeres independientes, soberanas, inteligentes —y no tanto—, y de los hombres que las aman y desaman” Yo estoy de acuerdo con él, sólo que se queda corto, hay mucho más que eso en ellas. Hay humor, desamor, ironía, desengaños, desconcierto, frustración y soledad. Esa que padecen los enamorados que en su búsqueda del amor, se van quedando con las manos vacías.

Todo un disfrute leer a este autor que da gran realce a la nueva literatura mexicana.

Mauricio Carrera (D.F. 1959) es escritor y periodista. Es Licenciado en Periodismo y Comunicación Colectiva por la UNAM y Maestro en Literatura Española por la Universidad de Washington (E.U.A.). Sus entrevistas, reportajes y crónicas han aparecido en periódicos y revistas de México, Estados Unidos, Chile y España. Es autor de Las de Cajón y otras Preguntas (UPN, 1992), El Demonio del Arte (CONACULTA , 1995), La Señal del Guerrero (Puebla, 1998), que constituyen una recopilación de su trabajo periodístico. En 1996 obtuvo el premio “Fernando Benítez” de Periodismo Cultural. Ha sido becario del INBA (1985), así como del Centro Mexicano de Escritores (1987). Ganó, en 1994, el concurso Nacional de Cuento “Otto Raúl González”, en 1995 el XXIV Concurso Latinoamericano de Cuento “Edmundo Valadés” y en 1996 el II Certamen Literario Internacional Manuel Acuña en el área de ensayo. En 1999 recibió el Premio Nacional de Cuento “Agustín Monreal”. Ha publicado las novelas El Club de los Millonarios (1996), Marilyn Monroe y Otros Familiares (2000), y Tormenta (2003). Las Hermanas Marx es su cuarto libro de cuentos.


Algunos enlaces sobre Mauricio Carrera:

Ficticia

Instituto Cervantes

Nuestra Comunidad

La Cultura - Sala de Prensa

Reseñas de este libro

viernes, octubre 13, 2006

LA MELODÍA MÁS HERMOSA DEL MUNDO

Cuento dedicado a mi nieta Gala Fernanda Duarte Vázquez

Las manos flacas y huesudas pero suaves como seda de la abuela cogieron las dos manitas de Nadia.

—Ven, te diré un secreto.

Nadia observó las gruesas venas azuladas en el dorso de las manos mientras la escuchaba susurrar.

—“La melodía más hermosa del mundo se encuentra en el agua.”

Mirándola con los ojos que ponía cuando no comprendía nada, la niña le regaló una sonrisa de ignorancia. ¿Qué tenía que ver ese supuesto secreto con que a ella no le gustara bañarse? Ya no hubo tiempo de interrogar a la abuela con fama de saber cosas fuera de este mundo sobre aquel adagio, pues enfermó gravemente y murió no mucho después. Su proverbio quedó retumbando en la cabecita de Nadia como el sonido de las cuerdas de la guitarra en su caja de resonancia. Con el tiempo Nadia inició la investigación de aquel misterio legado por su abuela. Primero preguntó a su madre si conocía el significado de aquella frase y todo lo que obtuvo fue un levantar de hombros más de indiferencia que de incógnita. Después observó atentamente el agua en un vaso. No había nada más que ese líquido transparente e insípido. Metió los dedos para intentar sentir alguna conexión con la música, pero no tuvo éxito ni en este ni en muchas de sus tentativas siguientes. Un día que su tío Marcos tocaba el violín, le preguntó si metiéndolo al agua podría escuchar sus notas, pero Marcos le contestó que no conocía ningún instrumento que produjera sonido alguno estando sumergido en el agua. Y hasta una tarde de lluvia estuvo pegada mucho tiempo a la ventana observando los millones de gotitas caer y escuchó con mucha atención su golpeteo en los cristales y en el techo pero su monótono tac-tac no le pareció exactamente la música más bella.

La abuela me mintió, pensaba ¿Cómo puede haber una melodía dentro del agua?

El verano siguiente la familia fue a pasar dos semanas en la playa. Nadia estaba entusiasmada. ¡Claro! Eso tenía que ser, tal vez si escuchara la sonoridad del rumor del ir y venir de las olas descubriría por fin el mágico secreto que le confió la abuela. Nadamás llegar, se sentó frente al mar y cerró los ojos para escuchar el fluido lento, suave y misterioso de las olas del mar al principio, pero la sonoridad era tosca y violenta al estrellarse contra las rocas.

—No, esa no puede ser la melodía más hermosa del mundo en el agua, reflexionó.

Creyó que tal vez no había escuchado con la debida concentración. Entonces en lugar de jugar con sus hermanos se sentaba largos ratos bajo la sombrilla con los ojos cerrados a seguir escuchando el ritmo cadencioso del oleaje. Sin convencerse finalmente se sumergió, nadó por debajo y sobre el agua salada y no encontró sino sonidos sin ritmo ni melodía. Al terminar las vacaciones se convenció de que no había encontrado aun la melodía más hermosa.

Algún tiempo después ya casi había olvidado la obsesión que la abuela le clavara antes de morir.

— Yo creo que estaba un poco loca, fue lo último que pensó sobre el asunto.

Una vez, estando debajo de la ducha por la mañana antes de irse a la escuela, el sueño residual aun hacía que le pesaran los párpados y los mantuvo cerrados mientras el agua escurría por su cabeza. Y de pronto se percató que escuchaba sonidos lejanos como de campanitas. Concentró su atención y ¡sí! Parecía que escuchaba lo que parecía la nota de alguna melodía. Abrió los ojos y la boca y se puso la expresión que ponía cuando no podía creer algo. Pero con los ojos abiertos no podía escuchar nada. Volvió a cerrarlos y logró escuchar la nota musical de nuevo. Nadia por fin empezaba a comprender dónde se encontraba la magia del secreto. Pero antes de caer en falsas conclusiones se quiso asegurar de no estar escuchando una ilusión. ¿Acaso eran las gotitas cristalinas golpeando contra la llave de la ducha, contra la puerta corrediza del baño? ¡No, había descubierto el secreto!
Las semanas siguientes Nadia se duchó hasta tres veces al día. A veces escuchaba el alegre sonido de trompetas; otras, sutiles cuerdas de violines; también dulces flautas, graciosas armonías de arpas, fragmentos de escalas melódicas de piano. Pero nunca llegaba a enterarse de la melodía completa. Si pudiera ella armar el rompecabezas —
recapacitaba— unir todas las notas, escribirlas y entonces escuchar por fin la más hermosa melodía del mundo arrancada al chorro cristalino y cantarín del agua de la ducha. A pesar de ser todavía una niña, se dio cuenta de que nunca podría juntar los timbres melódicos que iba escuchando aislados cada vez que se duchaba, eso podría llevarle toda la vida. La canción más hermosa del mundo estaba allí, entre sus acordes y pulsaciones pero en desorden, escondidos dentro de la evocación que le inspiraba el agua de la ducha, sin poder provocar emoción alguna. Nadie podría escuchar nunca el encanto que produciría su intensidad, ni vibrar con su clímax. Entonces Nadia lloró, pero al escuchar la historia, sus padres comprendieron su deseo. La matricularon en una escuela de música donde Nadia descubrió su talento musical. Cuando llegó la universidad ya tocaba varios instrumentos pero aun no lograba descubrir la melodía más hermosa del mundo, por eso eligió la carrera musical, para seguir buscándola con su sensibilidad y su conocimiento.
Ahora Nadia es una poetisa del sonido. Sus conciertos embelesan y despiertan sentimientos profundos en quienes la escuchan. Cuando al concluir la ovacionan, pone la cara que acostumbra cuando está feliz y recuerda aquel secreto de su abuela medio bruja que la impulsó a buscar – aunque fuera un búsqueda sin fin – la perfección y la belleza de la música en la caja resonante de su espíritu.

jueves, octubre 12, 2006

MAQUILA Y MALTRATO INFANTIL

Aunque sólo tenía diez años, Anahí Orozco Lorenzo cuidaba sola a sus hermanos pequeños mientras su madre trabajaba en una planta ensambladora. Como si tal responsabilidad fuera pequeña, el marido de una amiga de su madre le llevaba a su hija de tres años para que también se hiciera cargo de ella . Las noticias decían que contó a sus compañeras de escuela que se sentía triste los últimos días. No se sabe si por la gran carga que soportaba al tener que cuidar de tres niños hasta que sus madres terminaran su turno, o porque se dio cuenta de las intenciones de su depredador, el padre de la niña de tres años. El terrible homicidio ocurrió cuando éste llevó a su hija a la casa de Anahí. Sacó a los otros dos niños y a su propia hija al patio de la casa y cerró la puerta para que no pudieran entrar. Violó y estranguló a Anahí, luego prendió fuego a su cuerpo y se fue a dormir a su casa sin importarle que su propia hija estaba en riesgo de morir quemada. Los vecinos llamaron a los bomberos cuando vieron las llamas y fue posible salvar a los otros niños. El terrible asesinato de Anahí es solamente uno de los 13 que han sido perpetrados contra niños en Ciudad Juárez desde el primero de enero del 2005 a la fecha. Golpizas a manos de sus padrastros o sus padres, acuchillados por drogadictos o ladrones, violaciones, y asesinato y violación por pederastas, fueron las principales causas de las muertes de esos 13 niños.

Las noticias cada vez más frecuentes de niños maltratados salvajemente en los diarios son un foco de alarma que se debería analizar a fondo y con urgencia por autoridades y sociedad para generar respuestas inmediatas que protejan a la niñez. Las estadísticas en lo que va del año y que se han denunciado en Ciudad Juárez, simplemente espantan: 607 casos de maltrato infantil de los cuales el 46% son por omisión de cuidados; un 25% por abuso físico; un 22% por abandono; un 4% por violación y un 3% por abuso sexual. Este fenómeno es exagerado y va en aumento, pues el mes de septiembre hubo un incremento del 20% en violencia familiar. Estos casos ocurren principalmente en las capas sociales con menores recursos económicos. Las causas de esta problemática que afecta a un grupo por demás vulnerable como la niñez son multifactoriales, pero varias de ellas tienen que ver estrechamente con la maquiladora como factor de cambio en la familia. Las largas jornadas de trabajo, la falta de guarderías y los bajísimos salarios mínimos (48.67 pesos diarios o 4.42 dólares en esta zona fronteriza) causan que los niños queden solos mientras sus padres trabajan, o bajo el cuidado de otras personas, - muchas de ellas menores de edad - poniendo en riesgo su seguridad.

Es hora de que las empresas maquiladoras reconozcan su responsabilidad en los problemas de la comunidad. El precio que paga la sociedad por la generación de una riqueza que no es compartida es demasiado alto. Urge una sensibilización ante esta realidad que está afectando a los niños gravemente que resulte en acciones efectivas a favor de la niñez, posiblemente una de las mejores causas por las que vale la pena luchar.

domingo, octubre 01, 2006

JOSÉ CARRERAS EN CIUDAD JUÁREZ

Ayer convencí a Ricardo para que fuéramos a ver al concierto de José Carreras en Juárez. No todos los días tenemos la oportunidad de ver artistas de su talla aquí. El gobernador del Estado se ha empeñado en borrar el estigma de ciudad del crimen, donde matan a las mujeres, donde los narcos ajustan cuentas en las calles acribillándose a balazos y donde miles de emigrantes cruzan cada año hacia los Estados Unidos. Para ello está impulsando programas culturales como el Festival Internacional Chihuahua, que ya va en su segunda edición este año y se construye un gran teatro que dicen que será el más grande de México. La joya del Festival – que comenzó hace unos días -, era el concierto al aire libre de José Carreras, además, con entrada gratuita. Así que veinte mil juarenses nos concentramos en la explanada del Centro Cívico Cultural Paso del Norte para escuchar la impresionante tesitura del tenor barcelonés. Desacostumbrados a espectáculos de primer nivel, los asistentes se extrañaban del protocolo del artista que salía del escenario después de cada dos canciones dejando a la orquesta su turno, y de cómo luego el director iba por él para continuar el concierto. A nuestras espaldas, alguna señora decía que tendríamos que ir todos vestidos de gala y que en algunas ciudades las mujeres hasta se ponían las pieles para asistir a conciertos de ópera. Con todo y que éramos nuevos en el tema de los conciertos, la gente más humilde aplaudía a rabiar cada interpretación de uno de los mejores tenores del mundo. Allí nos dimos cita trabajadores de maquila, indígenas Tarahumaras, universitarios, abogados, artistas, y gente de todas clases. Aunque nadie entendíamos la mayoría de las canciones, Carreras supo emocionar nuestros espíritus que demostrábamos con rostros de felicidad y asombro, como cuando cantó la famosa Granada de Agustín Lara. La ovación fue inevitable y los “¡bravos!” y ¡bravísimos! se repetían como en cascada. Al final, obligado por los aplausos que no cesaban, regresó una y otra vez hasta cantar cuatro canciones fuera de repertorio. Fue notorio que a pesar de que sabía que Juárez no era Milán, los corazones sensibles saben reconocer la belleza del arte en cualquier parte y se sintió tan agradecido con ello como si hubiera estado en el más grande foro mundial.

Ojalá que la apuesta por la cultura que está poniendo en la mesa el gobierno en Ciudad Juárez sea el contrapeso contra los actos bárbaros de algunos. Los juarenses necesitamos opciones para mirar el lado más amable de la humanidad, tal vez de esa manera podamos seguir teniendo esperanza en ella.