viernes, junio 05, 2009

CAFÉ CON ADELA

Hace muchos años que no veía a Adela. Trabajamos juntas varios años en una maquiladora y éramos buenas amigas. Comíamos juntas, estábamos en el mismo departamento y me caía muy bien porque reía mucho. Además la admiraba porque a pesar de no tener a nadie de su familia en la ciudad, se esforzaba mucho por trabajar y estudiar. Dejamos de vernos hace más de veinte años creo. El novio de Adela se llamaba Esteban y él también estaba estudiando una carrera de Ingeniería cuando se conocieron, tiempo después se casaron. Hace algunos días me dejó un mensaje en mi grabadora pidiéndome que la llamara. Su voz sonaba muy triste y me dejó preocupada. La siguiente vez que hablamos por teléfono me dijo que Esteban había muerto de un infarto fulminante. ¿Esteban muerto, a los 47 años? Quedamos en vernos el domingo para tomar un café y hablar de la pérdida de su compañero.
El domingo hice un esfuerzo por levantarme temprano para tomar un café con Adela. Me había desvelado un poco y levantarme cada día de la semana a las cinco de la mañana me dejó con unas ganas tremendas de seguir en la cama. Pero Adela me estaría esperando y lo que le había pasado apenas hacía unas semanas era terrible. Necesitaba una amiga. Así que dejé a Ricardo sin desayuno ese día y me fui al Vips antes de que se levantara.
Allí estaba ya Adela con su misma sonrisa. Pasara lo que pasara, ella seguiría llevando esa máscara de alegría y optimismo. Pensé que en esa actitud estaba su fortaleza. Le di un abrazo muy fuerte sin decir nada y nos fuimos a sentar junto a la ventana donde irrumpía indolente el sol veraniego. Pedimos café. Comenzó hablando de todo un poco rehuyendo el tema de la muerte de Esteban. De los hijos, de nuestros amigos. Observé el dorso de sus manos llenas de lunares y no pude evitar compararlas con las mías. La huella de los años alrededor de sus ojos. Los estragos de la edad. Creí que lo mismo estaría pensando de mí. Pero detrás de su edad, estaba la misma Adela vitalista e incansable que conocí, allí estaba una vez más afrontando una realidad más dura que todas las demás. Me habló de Esteban por fin sin dejar que el dolor le sacara las lágrimas. En el tono de su voz advertí un enojo contra él. Por dejarla sola tan pronto supongo. Había tanto que hacer. Se desplomó así nada más, sin aviso previo, sin que nada indicara que estaba enfermo. Lo único que lo tenía enfermo era el estrés de la maquila. Demasiadas responsabilidades siempre, sin nunca tener tiempo para ella ni para él mismo. Trabajaba día y noche. El colmo era ese último trabajo como gerente de Producción. Le daba muchos dolores de cabeza pero ganaba bien aunque, ahora descubría Adela, no tenía ni el beneficio de un seguro de vida.
Esteban quería tener siempre más. ¿Y quién no? A Adela le daba sólo lo indispensable y lo demás lo ahorraba. ¿Para qué? Dijo Adela con tono de amargura. Nunca disfrutó de la vida, ni de sus hijas. Se la pasaba en el trabajo; llegaba a casa de noche y seguía trabajando. Ni dormir lo dejaban. Le llamaban a cualquier hora de la maquiladora, así estuviera durmiendo. Y Esteban se levantaba y se iba.
Pedimos otro café y me dieron ganas de desayunar algo más. Insistí para que Adela también lo hiciera. Comió sin apetito. Me dijo que no le encontraba ningún sabor a la comida. Así es cuando alguien se te muere, se te van las ganas de todo, dijo. Siguió hablando de Esteban y esta vez la voz y la mirada, hundida en un mar de interrogantes eran un mudo reproche lanzado a su recuerdo. No tenían vida en pareja, su única obsesión, su ilusión, era el trabajo en la maquila. Según Adela el asesino de Esteban fue su trabajo en la maquila. Por él dejó de amarla, dejó de reír y de llevarla al cine. De hablar quedamente en las noches abrazados en la cama. La cambió por él y un buen día la dejó sola. Sola estaba antes de que Esteban se fuera, pero la soledad sin siquiera su presencia y apoyo ahora era más aplastante.
Un buen rato después nos despedimos con un abrazo más fuerte que el de antes. Olíamos a café. Miré otra vez su tristeza encubierta por esa sonrisa inagotable alejarse por la puerta.


lunes, junio 01, 2009

AYER FUE MANUEL


"Hombres armados asesinaron a Manuel Arroyo Galván, de 44 años de edad, activista y luchador social, maestro de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) e integrante del Sistema Nacional de Investigadores, dependiente del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt)".

"Arroyo Galván fue fundador de la Organización Popular Independiente, con fuerte presencia en Ciudad Juárez, Centros Comunitarios y el Consejo Ciudadano de Desarrollo Social, entre otras organizaciones, y preparaba un libro sobre las movilizaciones sociales, en especial las generadas en empresas maquiladoras, informaron sus compañeros y amigos". La Jornada

Los ocho mil quinientos soldados que patrullan Ciudad Juárez no pudieron detener a los asesinos quienes le dispararon 6 tiros 9 milímetros en la cabeza el pasado viernes 29 de Mayo. La autora de este blog se suma a las voces de los universitarios y la comunidad para exigir que este homicidio, así como los cientos que ya se han perpretado en el 2009, se resuelvan con la captura y enjuiciamiento de los culpables.

Descanse en paz Manuel.