lunes, febrero 25, 2008

LA TRAICIÓN

La esposa de Guillermo está contenta. Se levantó un rato antes que Guillermo, a las cuatro y media, para prepararle los burritos que más le gustan. Las papas chillan ya en el aceite cuando Guillermo se levanta. Dalia voltea de reojo a verlo y sonríe sin decir nada. Anoche se regalaron caricias después de haber hablado con la luz apagada de sus planes. Los pobres como ellos viven al día, por eso el dinero que esperan en Diciembre será un pequeño tesoro para pagar deudas, arreglar el carro, comprar la cena de Navidad, los regalos de los niños y hasta invertir en un pequeño negocio.

Da vuelta a las papas recordando los besos que se dieron. Agrega la carne y una salsa de chile colorado que tenía del día anterior. Prueba la sal y calienta las tortillas para enrollar los burritos que Guillermo comerá al mediodía. Pensará en ella, en el cariño que les puso; en esa noche.

Guillermo silba una melodía cuando llega a la fábrica. Hace frío, pero no importa. Ese lunes les van a pagar el aguinaldo, los ahorros de todo el año, el pago de los días festivos decembrinos y algunos días de vacaciones. Además, el salario de la semana anterior trabajada.

Las luces de la fábrica están apagadas y el guardia que siempre abre la puerta no está. Las puertas están cerradas.

Guillermo pregunta con extrañeza a los pocos que han llegado. No son todavía las seis.

—¿Qué pasó? ¿Por qué está cerrado? ¿Se le pegarían las sábanas al guardia?

—No sé, pero no hay nadie, es muy raro. Voy a asomarme por la ventana de atrás.

—¿Ves algo Francisco?

Francisco baja de un brinco de la ventana.

—Sí, veo que ya nos partieron la madre Guillermo. Se llevaron la maquinaria.

—¿Qué dices? ¿Estás seguro?

Los demás trabajadores empiezan a llegar y se acercan a ver qué sucede. También se asoman y uno trata de forzar la puerta.

—¡Abran cabrones!

—¡Hey! No sólo se llevaron las máquinas sino también todos los materiales. No hay nada, sólo desorden y cajas vacías. Todo esto lo hicieron aprovechando el fin de semana, cuando no había nadie.

—¡Los muy cabrones! Hoy tenían que pagarnos, no se vale.

Una mujer empieza a llorar de coraje.

—Esto no es posible. ¿Cómo pueden hacernos esto después de tantos años de trabajo?

—Guillermo va sintiendo que una rabia le llena el pecho. Se sienta un momento en la banqueta con la cabeza baja. Intenta comprender y todo lo que puede hacer es recordar la felicidad de Dalia, que espera días buenos por venir. Las ideas se le desmoronan como terrones de adobe seco.

Nadie sabe que hacer. Lanzan condenas durísimas al viento, que se desvanecen en cuanto las voces callan y chocan contra las paredes sin hacerles daño a pesar de la intención.

—A ver, dice Guillermo. No podemos quedarnos de brazos cruzados. Está claro que la empresa huyó para no pagarnos. Nos han traicionado.

—¡Hay que conseguir el teléfono del dueño! dice alguien. Vamos a obligarlo a que nos cumpla.

—¡Se te olvida que no vive aquí, güey! Vive en Estados Unidos, y allá las leyes de aquí no lo alcanzan. ¡Qué poca madre!

—No sean pendejos, la ley nos proteje, ¿qué no? Vamos a la Junta de Conciliación a ponerle una demanda. Les va a salir cara su chingadera. Necesitamos ir todos, vamos.

Los casi cincuenta trabajadores de la empresa hablan con varios abogados de la Junta de Conciliación. Al final del día logran encontrar un abogado que los asesorará para iniciar la demanda laboral.

Desolados, Guillermo y los demás se van a casa con las manos vacías. Sus familias no entenderán lo que pasó pero sabrán que su Navidad será una de las peores.

En los pasillos de la Junta, dos abogados hablan mientras se fuman un cigarro.

—¿Viste a los trabajadores de la empresa golondrina? ¡Estaban bien emputados! llegaron en grupo y no dejaban de gritar.

—Pues con justa razón. La empresa se largó sin pagarles aguinaldo, ahorro ni vacaciones.

—¡Qué cabrones! Pobre gente, me dan lástima, yo no pienso tomar ese caso.

—¿Por qué?

—Está perdido. Sabemos que el patrón tiene muy bien armado el caso y los trabajadores van a perder. Y yo no tomo casos cuando sé de antemano que voy a perder.

—Oye, ya va a empezar la audiencia. ¿Entramos?