La luz encendida en el comedor me punzó en la profundidad del sueño hasta que me hizo abrir los ojos. O tal vez fue la ausencia de Ricardo a mi lado lo que me desasogó haciéndome despertar. No lo puedo evitar; necesito de la oscuridad total para dormir sin que nada altere mi descanso, por lo que casi nunca me levanto de noche. Cortar el sueño para agarrarlo donde se quedó ya no es lo mismo. ¿Acaso no sucede igual cuando alguien sin quererlo interrumpe una película? La emoción ya no se la continúa en el mismo punto de algidez. Ricardo por el contrario, es una criatura nocturnal, pero cuando se levanta a media noche para beber un vaso de agua, se vuelve a acostar enseguida. Sin embargo, esa noche noté que la luz del comedor que llegaba a la recámara diagonalmente y se filtraba por la puerta entreabierta, ya duraba demasiado encendida. Despierta ya a regañadientes, agucé el oído esperando escuchar el clic del interruptor para apagarlo, pero nada sucedió. Intenté dormir nuevamente sin estar pendiente de Ricardo, pero la luz – espantajo de la nocturnancia -, se metía dentro de mis párpados cerrados. Como no escuchaba ningún ruido, pensé que se habría quedado dormido en la sala, mas tampoco escuchaba sus ronquidos. Finalmente me levanté decidida y comprobé que no estaba en la sala. Luego fui al comedor. Allí estaba, en el sitio que ocupa siempre en la mesa, desnudo, devorando un emparedado a las cuatro de la mañana. Sin decir nada me le quedé mirando asombrada y pregunté una obviedad. ¿Qué estás haciendo? Levantó hacia mí la mirada de gato que pone a veces mirando a la nada, mientras seguía masticando. Gradualmente abrió los ojos -ya de por sí demasiado grandes - hasta la desmesura, y entonces lanzó un grito ahogado, gutural, de horror al verme; que por poco hizo que se atragantara con el pan. Entonces comprendí. Estaba dormido. Había despertado cuando le hablé y me descubrió frente a él como una aparición terrorífica: en una bata de dormir blanca, con el rimel corrido y el cabello revuelto. Reaccioné antes de que saliera corriendo diciéndole, “¡Soy yo, cálmate!
Pasados los sustos, nos fuimos a la cama a continuar nuestros sueños.
6 comentarios:
Je, je,... Yo también necesito de oscuridad total para poder dormir.
¡Arriba el norte!
Esto es demasiado, ja, ja. No puedo creerlo. Esta historia me la tenéis que contar en persona, con todos los detalles, la próxima vez que nos veamos.
¡Qué fácil es calumniarnos! Seguro que Ricardo no ronca (padezco el mismo infundio: respiración solemne, tal vez; ronquidos no). Y, ¿no se deberán sus incursiones nocturnas al hambre derivada de su solidaridad con otros miembros de la familia obsesionados por "la línea"? (conozco el síndrome: no podemos compartir solidariamente una microcena de aspirante a top-model talla 35 sin levantarnos luego por la noche rezando porque quede algo de pan... ¡y mantequilla!) ¡Mira que llamarlo glotón!
Perdona, Elpidia, pero en este caso me solidarizo con Ricardo.
Tengo un amigo que lleva veinte años levantandose por las noches para abrir la ventana (¡el aire es salud!¡sobre todo en invierno!) y descubriendo luego al amanecer que está otra vez cerrada. Nunca ha podido descubrir in-fraganti a la culpable.
Un texto muy divertido, Elpidia. Un abrazo,
This story is so cute and funny.Is it a real story?
¿Sabes?, no padezco de eso: cuando voy a dormir no me fijo en nada, luces, televisor prendido, radios encendidas, personas hablando. ¡A dormir, y ya!
Ella con la pintura desdibujándole la cara, y él sonámbulo. Oh. Muy gracioso. Abrazo.
La verdadera lección es: nunca espantes a tu pareja con un mal arreglo personal. ¡Hasta para dormir hay que tener gusto! Pobre Ricardo, lo compadezco por sufrir tamañas apariciones, no por ser buen comedor nocturno.
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