(Dedicada a mi mamá, quien me dio esta historia)
Entre Pablo y su hermano amarraron a Valentín a una estaca de la cerca y a cada carcajada de Pablo, le daban manotazos en la cara y le tiraban balazos cerca de los pies para asustarlo. Por accidente o adrede, una bala le rozó un hombro. Allí fue cuando le dio un ataque epiléptico del puro miedo. Con todo y eso, Pablo se burlaba más y le advertía:
- ¡Eso es para que no se te vuelva a ocurrir dejar a tus animales comer lo ajeno¡
Cuando se cansaron de aterrorizar al muchacho, lo dejaron ahí y se fueron riendo. No fue sino hasta muchas horas más tarde que Marcial, preocupado por la tardanza de Valentín, lo fue a buscar y lo encontró atado, sangrando, medio desmayado por el ataque epiléptico y llorando. Su única culpa había sido quedarse dormido cerca del maizal de los Armendáriz cuando pastoreaba el rebaño de chivas, que viéndose libres, se metieron al sembradío y se comieron lo que pudieron hasta que llegaron Pablo y su hermano. Una falta que ocurría seguido en el rancho, pero que se zanjaba entre las partes involucradas sin consecuencias.
Valentín era el hermano consentido de Marcial Quintero. Los ataques que le daban con frecuencia desde que nació, lo mantenían siempre débil y ausente. Marcial lo protegía y mimaba como si así pudiera evitar las secuelas de su enfermedad, por eso cuando lo encontró en esas condiciones amarrado al palo de la cerca sintió el rencor como dentellada y el odio se le enraizó en el alma. Esa misma tarde Marcial fue a denunciar a los hermanos Armendáriz a la comisaría del pueblo.
Toda la gente en El Porvenir sabía de la fama de Pablo Armendáriz. Se reía y burlaba de todos a la menor provocación con sus carcajadas hirientes y agudas como navajazos y tenía la sonrisa insolente de los que se sienten superiores. El que tenía tratos con él debía soportar siempre el feroz brillo de su mirada desconfiada y sus insultos burlones. Los vecinos se alegraron cuando supieron que recibió un citatorio para presentarse a declarar por las vejaciones a Valentín, al fin alguien le iba a parar el alto a sus abusos y maldades.
La última vez que lo vieron fue en la vereda del rancho El Porvenir rumbo al pueblo de Villa López donde estaba la Comisaría de la Policía. Iba en su caballo y estaba desarmado. En sentido contrario de la vereda iban Marcial y Valentín Quintero en su pequeña camioneta. Cuando Marcial vio a Pablo, una mancha de ira roja ascendió de súbito por las piernas, le recorrió el cuerpo y se le agolpó en la cabeza, oscureciéndole la razón. Pisó el frenó hasta el fondo y se bajó desenfundando la pistola. Sorprendido, Pablo espoleó con furia al caballo para escapar, pero una fuerza invisible evitó que el caballo se moviera. Jaló la rienda para obligarlo a dar media vuelta y apenas logró que girara un poco, sólo lo suficiente para que la bala 45 le atravesara el cuello en diagonal por detrás. Alguien le avisó a su comadre Cuca, que vivía cerca, pero cuando llegó, Pablo Armendáriz ya estaba dando los últimos suspiros. Se santiguó y le cubrió la cara con su chal gris.
3 comentarios:
Muy bueno, me gustó mucho; hay que resaltar el entusiasmo con la que los viejos cuentan sus historias; cual interpretación de un corrido.
Qué buena historia. Con ese argumento se podría rodar un western.
Píter, gracias. Esa historia la cuenta mi mamá desde que éramos niños.
Carlos, ya me conformaría con que saliera en una novelita de Silver Kane.
Abrazos.
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