Danae - Rembrandt
El humo asciende en una línea fina y recta en la penumbra de la habitación. Un ascua naranja brilla más tras cada chupada lenta de María. Ella mira la oscuridad del techo y el que está a su lado duerme después de una breve y agitada pasión. A María sólo se le acicatearon las ganas, y una vez más desenreda sus quejas que con el tiempo ha ido enrollando en una madeja de deseos sin saciar.
– Así son todos los muchachos. ¡Qué van a saber de gozar en la cama! Apenas cruzan por esa puerta y ya están a punto. Ponen a trabajar la cabeza antes de tiempo y no saben que el amor es de a poquito a poco, como una medicina que para curar tiene que darse a cucharaditas, sin atrabancarse, sin querer llegar al final. Ni siquiera los de más experiencia han llegado a calentar mis sábanas.
– ¡Qué, doña Mary! ¿No tendrá una cervecita por ahí para calmar la sed?
– En el refrigerador. Puedes llevártela si quieres.
La mira sin mirarla sonriendo, contento de haber satisfecho sus impulsos.
– Bueno, pues…gracias por todo, ah! y por la cerveza.
– ¿No te quedas a platicar un rato cuando menos?
– No, es que tengo que irme porque voy con los amigos de la vecindad. Vamos a ir a ver un carro que quiero comprar. Hasta luego.
– Adiós.
Los surcos del rostro moreno de María como anillos en el corazón de un árbol, delatan más de cinco décadas, pero aun quedan vestigios de sensualidad en sus formas rotundas. El marido la dejó con el ansia a medias al tercer hijo. Entonces entretuvo las ganas mientras criaba a los hijos pero cuando se fueron y la dejaron sola, la empezaron a atosigar otra vez. A través de la cortina descorrida de su ventana, los muchachos del vecindario la descubrieron una noche tratando de mitigar su deseo. La puerta estaba sin llave y uno se atrevió a pasar a ayudarla un poco, luego aceptó una cerveza a cambio de colmar esa sed vieja y rancia y al cabo María es una mujer, vieja, pero al fin mujer, ganosa y dispuesta, y con cervezas en el refrigerador.
El atrevimiento se hizo costumbre y un murmureo acompañado de acalladas risas infestó los espacios de aquella vecindad miserable de muchos inquilinos, azotados de hambre y desesperanza.
Así fueron animándose cada noche uno y luego otro, y otro, y otro. Llegaban agazapados bajo la oscuridad cuando creían que ya todos dormían e impacientes, tocaban muy quedo la puerta de María, que abría sin encender la luz. No tardaron las mujeres en empezar a cuchichear al verla pasar por el patio común.
– Mírala. Ahí viene con sus cervezas la vieja descarada. Le debería dar vergüenza a su edad… Dicen que se las ofrece para que se acuesten con ella.
– Y con esos muchachos tan jóvenes. La deberían meter a la cárcel por corruptora de menores o se debería de conseguir un viejo como ella.
– Dicen que casi todos ya han dormido con la vieja esa. ¡Si está más vieja que yo!
– Deberíamos de correrla, ¡aquí no queremos prostitutas!
María mantiene la cabeza erguida mientras pasa frente a las vecinas sin mirarlas, que hablaban en voz alta para que las escucharan. Ya en su casa, se derrumba en una silla y enciende un cigarro mientras reprime las lágrimas, luego cuelga la mirada en una pared, por ponerla en algún lado.
– ¡Viejas chismosas! Si pudieran entenderlo. Yo nací así y no saben lo que yo he sufrido por ello. Por eso se me fue el marido, porque “quesque estaba enferma”, me decía. “No es normal que siempre quieras cama”. Tampoco él me entendió nunca. Me moriré y nadie me habrá entendido nunca. Si los muchachos me buscan es porque todavía me ven guapa pero dentro de poco, nadie se me acercará y ojalá entonces yo ya no piense en eso. Yo soy la más interesada en ello. Ni siquiera ellos con su juventud me llenan. No tengo de ellos un beso de amor, ni una caricia linda. Llegan, y en diez minutos se largan riendo divertidos, como si hubieran hecho una travesura y luego van y se lo cuentan a todos. Y yo me quedo igual que antes, con este fuego como brasa de carbón que nunca se apaga.
María no puede más y al fin abre la llave de su aflicción para llorar.
No mucho después, el dueño de la vecindad le pide a María que abandone el departamento. Al día siguiente, mientras María y sus pocas pertenencias se disponían a marcharse, los muchachos apiñados en un rincón del patio, la miraban con disimulo y a veces dejaban escapar sus risillas insidiosas, ridículas reminiscencias de la pequeña orilla que tocaron en ese mar de pasión de María.
2 comentarios:
Estupendo relato, con un título algo equívoco para estas fechas :)
Abrazos
Don Melón: me alegro que te haya gustado el relato. María podría haber sido una enferma o simplemente una mujer que, despreciando las costumbres sociales, se atreve a seguir (cuando menos intentar) gozando del placer sexual a la vez que buscar algo más profundo; pero se enfrenta a la incomprensión de los demás que no aceptan que el deseo nos acompañará a todos hasta la muerte. Y no es simplemente humano tratar de satisfacerlo?
Gracias Carlos. El título lo dejé así a propósito para provocar.
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