Don Lole era un vecino viejo y loco que vivía en una casita un poco más arriba de la nuestra medio trepada en una loma a escasos pasos cerca del panteón. Rayaba en los setentas aunque respondía que tenía “cincuenta-catorce” cuando los niños del barrio le preguntaban su edad. Con la respuesta, estallaban las carcajadas, y como a los niños les gusta repetir los chistes, todos los días le preguntaban lo mismo aunque supieran de sobra lo que Don Lole diría. El pobre viejo llevaba una apariencia de mugre perenne de pies a cabeza, y en el sombrero arrugado, la camisa abotonada desde el primer botón, el saco y los pantalones andrajosos, brillaba esa pátina inconfundible que dejan las capas de suciedad con el tiempo. Los huaraches de cuero con suela de neumático que parecían que habían pasado por todas las charcas negras de la ciudad completaban su indumentaria. Tenía colgada la sonrisa desdentada y permanente de un niño de pocos años y una mirada de perro que lagrimeaba por la edad y por la falta de anteojos. Una barba descuidada y pelambre blanca y desordenada cubrían su cabeza y rostro. Yo era apenas una niña de cinco, pero él me parecía aun más pequeño que yo. Don Mariano, su hermano, era el hermano mayor que se encargaba de él desde hacía quién sabe cuántos años y a lo mejor eso era lo que lo tenía amargado desde entonces, porque vociferaba contra él continuamente como si le reprochara la cruz que su locura le había impuesto. Unos marranos en un chiquero que engordaban para luego venderlos en Navidades eran la forma de subsistencia de esa familia, por eso don Mariano enviaba a su hermano a tocar las puertas de los vecinos cada día a recoger los desperdicios de comida para alimentarlos. Usando un palo largo a manera de yugo que cargaba en la espalda con dos trozos de soga amarrados en los extremos, llevaba dos botes de plástico suficientes para veinte litros colgando a cada lado. El cochambre acumulado ennegrecía el palo, los lazos y hasta los botes de comida. Cuando tocaba a nuestra puerta, algunas veces mi madre me daba las sobras para que las vaciara en los botes de don Lole y entonces al ver la comida espumante por la fermentación no podía evitar asquearme con su olor de vómito. Me preguntaba siempre cómo era posible que los marranos se pudieran tragar tanta porquería y aun más, cómo éramos nosotros capaces de comerlos. Eso hacía don Lole todos los días además de darles luego la comida y agua limpia a los marranos. Yo lo veía subir con dificultad por el peso de los botes a la casucha encimada en la loma que estaba arriba de mi casa. Por las mañanas barría el frente de la casa de su hermano, iba por la leña y por el petróleo para el calentón, y hacía todos los mandados para don Mariano y su esposa, pero aun así, don Mariano, con frecuencia propinaba tremendas palizas a Don Lole, como aquella vez que le aventó un martillo a la cabeza y el pobre tonto no levantó un dedo para defenderse ni responder ni a los golpes ni a los insultos que le lanzaba por cualquier cosa.. Su llanto a viva voz y sus lamentos me daban toda la compasión de la que es capaz de sentir una niña que no conocía la crueldad hasta entonces. Don Lole no estaba más muerto que todos los muertos del panteón un poco más allá de nuestra casa, pero ahora que con seguridad ya lo está, tiene que estar más contento creo. No tendrá que ponerse los mismos trapos mugrientos de todos los días; ni esos huaraches que hasta hasta en invierno tenía que usar; ni cargar los malolientes botes de comida por la loma. Su vida, que giraba alrededor de los marranos y de ese infernal aparejo que se colgaba para conseguir su pútrido alimento, sin recompensa ninguna y sí con el castigo sádico de su hermano, habrá por fin conseguido la paz.
Su cara vieja, más de animal bondadoso que de idiota no se me olvida y quiero pensar que sus indescifrables “cincuenta - catorce” años aluden a alguna clave mágica que los cuerdos no supimos averiguar. ¿Quiso decir: cincuenta poemas y catorce versos? ¿O cincuenta sueños y catorce deseos? ¿Cincuenta amores y catorce desamores? ¿Cincuenta golpes y catorce muertes?
Tiempo después mi familia se mudó a otra ciudad y al regresar, varios años después, una nota en el diario llamó nuestra atención: “El Señor Mariano López busca a su hermano Dolores López que desapareció de los alrededores del Panteón Tepeyac sin dejar rastro desde hace tres meses. Lo apodan Don Lole y padece de sus facultades mentales. No proporcionó fotografía. Tiene alrededor de setenta años. Favor de comunicarse a los teléfonos de este diario si alguien lo ha visto” ¿A dónde te fuiste Lole? ¿A morirte lejos de los marranos y de Mariano que te molería a palos para que te levantaras de tu lecho de muerte a por la leñay la escoba; a por la comida para los cerdos? ¿A cuál callejón escondido y solo llevaste a reposar para siempre tus huesos maltratados? De allí donde quedaste, porque conmoviste mi alma de niña, recojo tu recuerdo de un puñado y soplo rumbo al cielo para lanzarlo en polvo de estrellas al firmamento.
Pintura: The Old Man de Lucien Bourdeau
8 comentarios:
Cada vez tu blog es más interesante. Te estás volviendo una escritora sólida. Don Lole nos duele. Me ha dolido desde esa evocación tuya. Desde ya, te pido autorización para proponer textos tuyos a publicación en la revista de ICSA. También te pido que me recuerdes llevarte una convocatoria al Premio Nacional de Cuento "Criaturas de la Noche".
Un beso.
Me gusta mucho leer lo que mi familia escribe, nunca comento nada, pero Don Lole me hizo llorar aqui sentada en mi oficina sin importar la gente que pasa. Gracias por compartirlo.
Saludos
La Jazz
Gracias Agustín, eso me anima a seguir jalando de mis recuerdos y ponerlos por escrito. Estos mini-relatos en el blog no están 100% trabajados, luego sigo revisándolos para mejorarlos, pero ya tengo algunos finalizados. Te los voy a enviar en un archivo aparte para que veas si hay alguno que valga la pena para la revista. La Convocatoria de Criaturas de la Noche ya la tengo.
Jazmín,
A veces, la vida de los que nos rodean nos dejan recuerdos imborrables. Sacar el de Don Lole a la luz, siento que contribuye a que su triste existencia haya tenido un popósito.
Besos a los dos.
Tengo tu blog en mis favoritos. Llegué por azar. Sólo quería felicitarte por tu voz, la crítica y la ternura, y el empeño invatible que hace de tu blog uno de primera.
b y m perdón
SIEMPRE QUE PASO POR AQUÍ ME LLEVO GRATAS SORPRESAS.
SALUDOS.
(www.sovka04.blogspot.com)
Conmovedora la historia de don Lole, don Dolores, dolores que fue su vida. Abrazo.
No recuerdo a Don Lole; a quién si recuerdo es a Doña Chonita; también juntaba "desperdicios" para sus marranos; ella vivía sola como con 20 perros; vivía oculta atrás de la "loma"; la recuerdas?
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