miércoles, enero 31, 2007

LAS AVENTURAS DE TOM SAWYER

A veces uno se pone a leer libros que debió haber leído en la primaria y anda poniéndose al corriente con lecturas elementales a destiempo. Pero es que tarde han llegado muchas cosas buenas a mi vida, así que las apuro con la voracidad de quien sabe que el tiempo se va acortando y que por mucho que aligere no habrá manera de ponerse a la punta en la carrera de la vida contra su enemiga. Uno de esos libros esenciales es Las Aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, que terminé hace poco. Me di cuenta enseguida que pude haberlo disfrutado mucho más siendo una niña y aun mejor, si niño fuera. Los mundos imaginarios que recrean los niños necesitan ser alimentados para prolongarlos hasta que los sucesos de la vida los hagan despertar a la terrible materialidad de la existencia. A mi edad, el inventario de fantasías infantiles casi está en quiebra.

Una posible interpretación de la personalidad del personaje de Tom Sawyer bajo la luz de los años que corren, con unos valores transformados por el tamiz de los años adultos y la mirada ética de una sociedad puritana, lo expondría como un ejemplo nefasto para la niñez actual. Me explico: cuando Tom Sawyer engaña a sus amigos para encalar la valla por él, castigo impuesto por su tía Polly, se convierte en un explotador. Aun más, éstos le pagan con sus tesoros ¡para que los deje trabajar! Aquí es donde la genial pluma de Mark Twain desarrolla su teoría del trabajo: "el trabajo consiste en aquello en lo que estamos obligados a hacer, sea lo que sea, y que el juego consiste en aquello a lo que no se nos obliga. Y esto le ayudaría a entender por qué confeccionar flores artificiales o andar en el tread-mil es trabajo, mientras jugar a los bolos o escalar el Mont Blanc no es más que divertimento".

Los amigos de Tom encalan la valla con alegría y hasta pagan por ello, porque el hacerlo no era un castigo obligado. En pocas palabras, el trabajo visto como penitencia impuesta por Dios, sufrida y dolorosamente. Pero la holgazanería y la explotación no son los únicos defectos de Tom. Además es mentiroso, se afana poco en los estudios, escapa de noche de su casa para irse a correr sus aventuras, es un pendenciero, se finge muerto para asistir a su propio funeral y ser recibido como héroe, hace trampas y arrastra a sus amigos, especialmente a Huckleberry Finn, en sus correrías. Su mayor ilusión es ser pirata, bandolero, para robar, secuestrar, enamorar mujeres, hacer orgías y hasta matar. ¿No son éstas cualidades detestables? No si el alcance de estas acciones está lejos de ser comprendidas a cabalidad. Ciertamente Tom no lo comprendía; en su mundo, el bien y el mal no existen. Lo que deseaba en sus hazañas era divertirse, vivir a plenitud, mirar las estrellas, jugar, investigar, descubrir, recorrer el mundo, enamorarse. Pero si los defectos de Tom — desprovisto de las cadenas de la rectitud — eran muchos, el número de sus virtudes los opacan: es valeroso, se culpa por los errores de otros con tal de salvarles el pellejo, es ingenioso, alegre, amigable, tierno, justo, ambicioso y héroe.

Las aventuras de Tom Sawyer, rebosantes de ingenuidad y fantasía, transcurren en escenarios donde la invención de cualquier niño encontraría los elementos perfectos para desarrollarse plenamente: en una isla, en el campo, en el cementerio, en una cueva, en una casa encantada, etc. El sagaz sentido del humor del autor, el estilo fresco y la recreación de los ambientes hacen tan deleitable esta novela que uno siente con gran pena haber dejado escapar la niñez sin haberla vivido como lo hizo Tom Sawyer.

Las Aventuras de Tom Sawyer es una exitosa obra escrita en 1876. Es un gran clásico americano y un bestseller de todos los tiempos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

muy bonito Sra. Maquila, muy bonito

Luisa Fer dijo...

Y los defectos