martes, noviembre 02, 2004

PESADILLA EN LA FABRICA DE ABRELATAS

Al final de la banda transportadora de la que no alcanzaba a ver el principio, había un gigantesco metrónomo antiguo de madera. Cada compás hipnotizante indicaba la frecuencia con que un abrelatas debía ser terminado y empacado en cajas. La parte más lejana de la banda que lograba distinguir se encontraba en un túnel oscuro y angosto. Cada vez que podía distraía la mirada del abrelatas siguiente y estirando el cuello, observaba hacia mi izquierda para intentar comprender la distancia que me separaba del misterioso origen de la banda en movimiento. Una angustiosa ansiedad se apoderaba de mí entonces, como la que todos hemos sentido en esos sueños donde uno cae hacia un abismo profundo y negro, interminable, y mientras cae, la cabeza o algo dentro de ella da vueltas sin cesar. ¿Quién controlaba cuándo la banda debía parar y a qué velocidad se movería?

Ruidos ensordecedores de maquinarias chirriantes y oscuridad rodeando la única línea de producción macabra inundaban la ya de por sí extraña atmósfera. El olor característico de los metales procesados invadía los espacios. La única iluminación de neón estaba sobre la línea de producción. Todos los operarios se encontraban como yo, de pie frente a la banda y el color de gris rata de sus batas de trabajo oprimía aun más la apariencia del lugar. Nadie hablaba ni sonreía y los movimientos eran mecánicos y precisos. Su actitud ausente contagiaba melancolía y resignación.

El metrónomo atosigaba nuestras mentes con su tic-tac de la misma forma que el tam-tam del tambor de una galera en huida dirigía con violencia el impulso rítmico de los remeros esclavos concentrados en no provocar la ira del látigo. Los movimientos debían ser no sólo rítmicos, sino armónicos so riesgo de provocar el caos de la producción de abrelatas con los catastróficos resultados conocidos.

El ensamble de la parte que me correspondía era difícil y a pesar del esfuerzo que imponía a mis manos y dedos para hacerlo antes de que llegara el siguiente abrelatas, solamente lograba torpes movimientos fallidos y pronto una buena cantidad de ellos a medio terminar se empezaron a amontonar frente a mí. Los compañeros a mis lados ni siquiera me miraban ocupados como estaban en hacer su parte.

Una intensa comezón me empezó a molestar en un punto entre la frente y el arranque del cuero cabelludo, pero mis dedos estaban llenos de una grasa azul que aplicaba a los extremos de una pequeña barra de metal. Eso, aunado a la incesante llegada de abrelatas a mi izquierda en la banda sin fin y el temor de continuar acumulando ensambles incompletos me impedía rascar la cabeza con libertad. El gigantesco metrónomo deífico que me aturdía con su tic-tam; el montículo que crecía frente a mí; y el angustioso túnel de la banda, hacían girar mi cabeza en un vértigo enloquecedor. El temor de que pronto alguien a cargo notara mi falta de habilidad y la certeza de que no acabaría nunca de terminar los abrelatas acumulados me hizo desear salir corriendo.

De pronto, la banda se detuvo... pero sólo por una fracción de segundo. El metrónomo y la velocidad de la banda habían sido ajustados y ahora los abrelatas llegaban más rápido que antes. Los operarios redoblaron su atención y yo mi torpeza. De pronto una alarma empezó a sonar y todas las miradas encolerizadas se dirigieron hacia a mí! El terror me invadió y en ese momento desperté sobresaltada. El despertador había sonado. Eran las cuatro y media y había que levantarse para ir a trabajar a la maquila.


2 comentarios:

Ana Bande dijo...

¡impresionante!

Ana Bande dijo...

¿puedo publicarte en mi blog? citandote claro...beso!