Hace muchos años que no veía a Adela. Trabajamos juntas varios años en una maquiladora y éramos buenas amigas. Comíamos juntas, estábamos en el mismo departamento y me caía muy bien porque reía mucho. Además la admiraba porque a pesar de no tener a nadie de su familia en la ciudad, se esforzaba mucho por trabajar y estudiar. Dejamos de vernos hace más de veinte años creo. El novio de Adela se llamaba Esteban y él también estaba estudiando una carrera de Ingeniería cuando se conocieron, tiempo después se casaron. Hace algunos días me dejó un mensaje en mi grabadora pidiéndome que la llamara. Su voz sonaba muy triste y me dejó preocupada. La siguiente vez que hablamos por teléfono me dijo que Esteban había muerto de un infarto fulminante. ¿Esteban muerto, a los 47 años? Quedamos en vernos el domingo para tomar un café y hablar de la pérdida de su compañero.
El domingo hice un esfuerzo por levantarme temprano para tomar un café con Adela. Me había desvelado un poco y levantarme cada día de la semana a las cinco de la mañana me dejó con unas ganas tremendas de seguir en la cama. Pero Adela me estaría esperando y lo que le había pasado apenas hacía unas semanas era terrible. Necesitaba una amiga. Así que dejé a Ricardo sin desayuno ese día y me fui al Vips antes de que se levantara.
Allí estaba ya Adela con su misma sonrisa. Pasara lo que pasara, ella seguiría llevando esa máscara de alegría y optimismo. Pensé que en esa actitud estaba su fortaleza. Le di un abrazo muy fuerte sin decir nada y nos fuimos a sentar junto a la ventana donde irrumpía indolente el sol veraniego. Pedimos café. Comenzó hablando de todo un poco rehuyendo el tema de la muerte de Esteban. De los hijos, de nuestros amigos. Observé el dorso de sus manos llenas de lunares y no pude evitar compararlas con las mías. La huella de los años alrededor de sus ojos. Los estragos de la edad. Creí que lo mismo estaría pensando de mí. Pero detrás de su edad, estaba la misma Adela vitalista e incansable que conocí, allí estaba una vez más afrontando una realidad más dura que todas las demás. Me habló de Esteban por fin sin dejar que el dolor le sacara las lágrimas. En el tono de su voz advertí un enojo contra él. Por dejarla sola tan pronto supongo. Había tanto que hacer. Se desplomó así nada más, sin aviso previo, sin que nada indicara que estaba enfermo. Lo único que lo tenía enfermo era el estrés de la maquila. Demasiadas responsabilidades siempre, sin nunca tener tiempo para ella ni para él mismo. Trabajaba día y noche. El colmo era ese último trabajo como gerente de Producción. Le daba muchos dolores de cabeza pero ganaba bien aunque, ahora descubría Adela, no tenía ni el beneficio de un seguro de vida.
Esteban quería tener siempre más. ¿Y quién no? A Adela le daba sólo lo indispensable y lo demás lo ahorraba. ¿Para qué? Dijo Adela con tono de amargura. Nunca disfrutó de la vida, ni de sus hijas. Se la pasaba en el trabajo; llegaba a casa de noche y seguía trabajando. Ni dormir lo dejaban. Le llamaban a cualquier hora de la maquiladora, así estuviera durmiendo. Y Esteban se levantaba y se iba.
Pedimos otro café y me dieron ganas de desayunar algo más. Insistí para que Adela también lo hiciera. Comió sin apetito. Me dijo que no le encontraba ningún sabor a la comida. Así es cuando alguien se te muere, se te van las ganas de todo, dijo. Siguió hablando de Esteban y esta vez la voz y la mirada, hundida en un mar de interrogantes eran un mudo reproche lanzado a su recuerdo. No tenían vida en pareja, su única obsesión, su ilusión, era el trabajo en la maquila. Según Adela el asesino de Esteban fue su trabajo en la maquila. Por él dejó de amarla, dejó de reír y de llevarla al cine. De hablar quedamente en las noches abrazados en la cama. La cambió por él y un buen día la dejó sola. Sola estaba antes de que Esteban se fuera, pero la soledad sin siquiera su presencia y apoyo ahora era más aplastante.
Un buen rato después nos despedimos con un abrazo más fuerte que el de antes. Olíamos a café. Miré otra vez su tristeza encubierta por esa sonrisa inagotable alejarse por la puerta.
El domingo hice un esfuerzo por levantarme temprano para tomar un café con Adela. Me había desvelado un poco y levantarme cada día de la semana a las cinco de la mañana me dejó con unas ganas tremendas de seguir en la cama. Pero Adela me estaría esperando y lo que le había pasado apenas hacía unas semanas era terrible. Necesitaba una amiga. Así que dejé a Ricardo sin desayuno ese día y me fui al Vips antes de que se levantara.
Allí estaba ya Adela con su misma sonrisa. Pasara lo que pasara, ella seguiría llevando esa máscara de alegría y optimismo. Pensé que en esa actitud estaba su fortaleza. Le di un abrazo muy fuerte sin decir nada y nos fuimos a sentar junto a la ventana donde irrumpía indolente el sol veraniego. Pedimos café. Comenzó hablando de todo un poco rehuyendo el tema de la muerte de Esteban. De los hijos, de nuestros amigos. Observé el dorso de sus manos llenas de lunares y no pude evitar compararlas con las mías. La huella de los años alrededor de sus ojos. Los estragos de la edad. Creí que lo mismo estaría pensando de mí. Pero detrás de su edad, estaba la misma Adela vitalista e incansable que conocí, allí estaba una vez más afrontando una realidad más dura que todas las demás. Me habló de Esteban por fin sin dejar que el dolor le sacara las lágrimas. En el tono de su voz advertí un enojo contra él. Por dejarla sola tan pronto supongo. Había tanto que hacer. Se desplomó así nada más, sin aviso previo, sin que nada indicara que estaba enfermo. Lo único que lo tenía enfermo era el estrés de la maquila. Demasiadas responsabilidades siempre, sin nunca tener tiempo para ella ni para él mismo. Trabajaba día y noche. El colmo era ese último trabajo como gerente de Producción. Le daba muchos dolores de cabeza pero ganaba bien aunque, ahora descubría Adela, no tenía ni el beneficio de un seguro de vida.
Esteban quería tener siempre más. ¿Y quién no? A Adela le daba sólo lo indispensable y lo demás lo ahorraba. ¿Para qué? Dijo Adela con tono de amargura. Nunca disfrutó de la vida, ni de sus hijas. Se la pasaba en el trabajo; llegaba a casa de noche y seguía trabajando. Ni dormir lo dejaban. Le llamaban a cualquier hora de la maquiladora, así estuviera durmiendo. Y Esteban se levantaba y se iba.
Pedimos otro café y me dieron ganas de desayunar algo más. Insistí para que Adela también lo hiciera. Comió sin apetito. Me dijo que no le encontraba ningún sabor a la comida. Así es cuando alguien se te muere, se te van las ganas de todo, dijo. Siguió hablando de Esteban y esta vez la voz y la mirada, hundida en un mar de interrogantes eran un mudo reproche lanzado a su recuerdo. No tenían vida en pareja, su única obsesión, su ilusión, era el trabajo en la maquila. Según Adela el asesino de Esteban fue su trabajo en la maquila. Por él dejó de amarla, dejó de reír y de llevarla al cine. De hablar quedamente en las noches abrazados en la cama. La cambió por él y un buen día la dejó sola. Sola estaba antes de que Esteban se fuera, pero la soledad sin siquiera su presencia y apoyo ahora era más aplastante.
Un buen rato después nos despedimos con un abrazo más fuerte que el de antes. Olíamos a café. Miré otra vez su tristeza encubierta por esa sonrisa inagotable alejarse por la puerta.
5 comentarios:
¡Me da pena ese tal Ricardo, que se quedó sin desayuno!
No cabe duda de que las maquilas matan, y primero lo hacen de jambre!
Porca miseria!
Hola Unamaquila:
Hace unos años publicaste una reproducción de mi cuadro “Mineros” y desde entonces leo de vez en cuando tus comentarios y reflexiones, tan humanos y llenos de sensibilidad, tan comprometidos todos ellos. Los ideales que expresas en tu presentación: “opinar en contra de la injusticia,la discriminación, la violencia, la explotación, la miseria y la guerra; o a favor de la libre elección, la igualdad, la democracia, el multiculturalismo, y la educación como promotora de la libertad”, también intento aplicarlos a mi modesta contribución al arte, aunque eso nos amargue amenudo el espíritu. Tengo una gran estima por tu país, Mexico, y conozco su vitalidad y la capacidad creativa de los mexicanos, también sufro por sus problemas sociales y la lacra de la delicuencia organizada, que por desgracia también se vive por otros lares. Cuando pienso en México, pienso también en algunos españoles que fueron allí después de nuestra guerra civil, uno de ellos, Agustí Bartra, escribió un libro maravilloso: “La luna muere con agua” ambientado en la revolución mexicana, que es uno de los libros que siempre me acompañan.
Gracias por tu compromiso.
Un fuerte abrazo
Manuel L. Acosta
http://mlacosta.net
Todo el oro del mundo, aunque se ahorre, no vale lo que tienes en el momento en el que vives; sobre todo si vives en pos de perpetuar una maquinaria que no se detiene ni se satisface con nada, y se alimenta de la vida misma para perpetuar lo que todos profesamos como lo "malo." El detalle que más me llama la atención es lo excelente anfitriona que eres, que a cualquiera le puedo comprobar sin que le queden ganas de andar respingando. Sé que siempre estás bien ocupada, -más con el viejo que tienes-, y sin embargo estás ahí siempre, cuando los demás hubieran puesto como excusa precisamente "el trabajo." Y dile al tal Ricardo que nada de chillar. Tú no habrás hecho de almorzar, pero él siempre presume que hace de cenar, a ver si es cierto!
Un abrazote a ti y a él, -aunque no se lo merece por chillón-, por ser la amiga y anfitriona más aguantona del mundo!
Cachi, me gustó mucho tu relato ¨Café con Adela¨ La verdad en ésta época, aún más que antes, a muchos nos absorbe el tiempo en la maquiladora. Ya no hay tiempo para la familia, no es fácil equiparar el tiempo, cuando tienes la condición tácita de que si no trabajas, lo pierdes y difícilmente encuentras otro: Antes porque había mucho trabajo, no salíamos de él, por el tiempo extra; ahora que ya no hay, por no perderlo. Con tu relato nos remontamos al verso de una vieja canción de protesta que se cantaba en los setenta ¨Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan...ay, simpre me matan¨.
Recibe muchos besos de un maquilador que sabe y entiende de lo que escribes...como muchos, pero que no tiene la oportunidad de leerte porque están en la maquila o en sus tiempos de ocio...se toman una cerveza, escuchan musica grupera, y se ligan en un caluroso viernes a su futura esposa, a su futura pensión alimenticia, a su futuro incierto. Gracias Cachi, por escribir lo que vivimos a diario en la Maquila.
Saludos Totales!!!
Pues hay que disfrutar la vida. Trabajar para vivir y no vivir para trabajar.
Lo unico es que esa historia de absorberse en el trabajo lo podemos encontrar en banqueros, comerciantes, artistas, deportistas, abogados, doctores, etc, etc, etc y no solo en la maquila. Cuantos libros o peliculas no cubren el tema y no recuerdo yo alguno de maquiladora.
Disfrutemos la vida!!!
Publicar un comentario