martes, junio 07, 2005

EL AVISPÓN VERDE


El Avispón Verde era callado y corpulento aunque algo bajo de estatura. Escondía un poco el rostro oscuro detrás de la cortina de pelo lacio y largo cuando hablaba y su huidiza mirada evitaba apuntar en línea recta a sus escasos interlocutores. A pesar de la rudeza de su aspecto, la inexpresividad de sus rasgos le conferían un aire de niño serio regordete. Por eso cuando alguien en la maquila dijo que era luchador de Lucha Libre y que su nombre de batalla era El Avispón Verde nadie podíamos creerlo. Todo menos imaginarlo parado en medio del cuadrilátero mientras las luces de los reflectores lo iluminaban y una voz en el micrófono anunciaba su nombre. Detrás de su timidez existía el humano deseo de obtener el reconocimiento del mundo, y esa era su manera. Tan sorprendente era que hubiera un trabajador de maquila-luchador como el hecho de que todavía en los noventas hubiera arenas de Lucha Libre. Esta se popularizó en los cincuentas y permaneció en el gusto de la afición durante unos veinticinco años. La arena donde luchaba el Avispón era una pequeña, de barrio, donde posiblemente ex luchadores o aficionados viejos se empeñaron en mantener vivo el espectáculo en extinción más por necesidad que por nostalgia.

El Avispón Verde era técnico electrónico en la maquila, pero como casi todos los demás trabajadores mejoraba sus ingresos con un sub empleo. La maquila es como un gran mercadillo oculto donde se vende y se compra de todo, desde burritos hasta calzado, tortillas, ropa, joyas. Todo lo inimaginable para lograr subsistir en una economía donde cuatrocientos pesos semanales (unos treinta y seis dólares) no alcanzan a cubrir las necesidades básicas de una familia. Para ser luchador de Lucha Libre hay que entrenar a diario y eso hacía El Avispón después de su trabajo: soportar golpes y costalazos, practicar llaves y caídas, técnicas para no dejarse arrebatar la máscara, golpes de antebrazo y patadas voladoras y sobre todo, prepararse para el espectáculo frente al público el siguiente fin de semana. En realidad, el público tenía que ser muy escaso, acaso los niños de las colonias acompañados algunos de sus padres y alguna que otra vieja escandalosa y tal vez una que otra muchacha que anduviera coqueteando al luchador más fornido y varonil. La paga no tenía que ser mucha (a veces era un plato de comida y un refresco) pero cada lunes El Avispón Verde en su traje de incógnito de maquila comentaba sus experiencias con los pocos aficionados y vecinos del mismo barrio que conocían su secreto.

Algún que otro lunes El Avispón Verde no se presentaba a la maquila de tan molido que estaba por la paliza del domingo anterior. En una ocasión fue más de una semana que estuvo ausente por fractura de costillas pero siempre volvía a la maquila, el único empleo con mala paga pero seguro y con el beneficio de los servicios de salud gratuitos

Al pasar los años me fui de la maquila y perdí de vista a ese singular personaje. Todavía lo recuerdo a veces con una sonrisa imaginando su traje ajustado y su máscara verde, en una esquina del ring y a punto de aventarse sobre su contrincante; o sobre la lona haciéndole una llave “de a caballo” o “de tijera”; los chiquillos gritando a su héroe que luego imitarían al terminar la función. Me quedó la duda si acaso algún día perdió la máscara y con ello la gloria. Como quiera que sea, El Avispón Verde, técnico electrónico de la maquila quizá soñaba con emular a nuestras glorias pasadas de la lucha en México: El Santo, Blue Demon, El Espanto, Mil Máscaras, Huracán Ramírez, héroes de nuestro cine Z.
 Posted by Hello

1 comentario:

Anónimo dijo...

interesante. buena lectura. saludos de chile.