sábado, septiembre 04, 2004

MARIA

María encontró por fin en la maquila una manera de terminar con el único trabajo que ella creía podía realizar sin la ayuda de una educación que no tenía. Cuando alguien le dijo que podía encontrar un trabajo más decente que en la cantina no lo dudó mucho. No tendría más de 20 años y su sonrisa ingenua delataba la facilidad con la que muchas veces pudo haber sido engañada y enganchada a una vida de vicios y prostitución. Eso fue la maquila en sus inicios, un asidero desesperado para centenares de jóvenes orilladas a obtener un salario en los inmundos bares del centro; la posibilidad de un ingreso fijo que no era mucho, aunado a la prestación del Seguro Social y a la esperanza de una vida con mayores expectativas de superación. A eso se agarró María y se metió de lleno, esperanzada, al ensamblaje de productos en serie. Algo se le quedó todavía de sus antiguas costumbres y al trabajo grasiento y lleno de maquinaria, seguía llevando los atrevidos vestidos que usaba en la cantina que delineaban su bien formado cuerpo de veinte años y los tacones altos que lograban respingar un poco más su caderas redondas y demarcaban al caminar sus chamorros blancos. Por eso y porque a diferencia de sus compañeras María era rubia, con pecas en la cara y la piel blanca arrancaba silbidos al caminar entre las líneas de producción.

También se le quedaron las mañas y estaba convencida de que había que agradar al jefe en turno con “amabilidad” para lograr su atención y con un poco de suerte, ascender en el organigrama de la empresa. Por eso caminaba de ese modo insinuante y sonreía a un lado y a otro cuando iba a buscar al jefe para tratar cualquier asunto como si se moviera todavía entre las mesas de la cantina e intentara agradar a los clientes.

María estaba enamorada como cualquier otra chica de su edad que se ilusiona y alguna vez contó que fue el amor por su hombre el que la hizo tomar la decisión de abandonar la cantina. Pero el amor de su vida la abandonó cuando supo que le practicarían una Salpingoclasia. Esa palabra desconocida le sonó demasiado sospechosa al novio quien pensó que era una enfermedad venérea y la abandonó por eso, no se molestó en investigar su significado. María tampoco sabía lo que era y un día, con mucha vergüenza y timidez me preguntó qué era eso que le iban a hacer y le contesté que era una operación para ligarle las trompas y de esa manera no tendría más hijos (tenía ya tres), le dije que le explicara a su novio, pero él no quiso saber nada de ella. Poco después de la operación María renunció al trabajo.

Hace algunos años la volví a ver cuando entré con mi esposo a tomar una cerveza en un bar menesteroso del centro. Ya había perdido las formas y había cambiado los vestidos llamativos por un traje deportivo deslavado y gris, pero todavía tenía la sonrisa inocente de los que ignoran casi todo del mundo, excepto su maldad. Me contó que el dinero en la cantina era mucho más de lo que pagaban en la maquila y por eso ya nunca volvió.

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