viernes, enero 09, 2015

Incredulidad, por Francisco García Salinas


Francisco García Salinas es poeta y narrador juarense.  Hoy nos comparte un desgarrador texto que reproduce la angustia del secuestrado y nos desvela el rostro verdadero detrás del secuestrador: la miseria y sus tentáculos. Francisco García es miembro del Colectivo de narradores Zurdo Mendieta desde hace varios años.   
Incredulidad
“Es la primera vez que me alegro de no tener hijos. Y no es que me alegre con esa alegría que dura para toda la vida, sino con esa otra que te hace salir de un apuro y  te pone contento aunque sea por un rato y te abre la cabeza para pensar mejor. Así los hijos que no he tenido no van a sufrir si estos me hacen algo. Acaso mi madre, pero ella ya mucho ha sufrido, como quiera sabe qué hacer”.
            — ¿Te quedas callada?
            — No te lo voy a repetir. ¿Cuántos hijos tienes y cómo se llama tu esposo?
            — No tengo ni hijos ni esposo.
            Y era cierto, Ofelia no tenía hijos, al parecer nunca tuvo la oportunidad de probar su fertilidad. De sus cuarenta y cinco años, solo diez no ha trabajado en la tienda. Sabe todo sobre abarrotes y vecinos. Puede cargar una bolsa de frijol y saber si le faltan o sobran cincuenta gramos; puede ver a un vecino y saber si su esposa lo engaña o su hijo usa drogas. Pero no tiene hijos y, al parecer no había caído en la cuenta de eso. Muchas veces le han hecho bromas sobre su soltería, pero su buen carácter la hace reírse de ella misma, por eso no esperaba que la primera pregunta que le hicieran sus secuestradores fuera sobre la maternidad. “No tengo hijos ni esposo”. La frase resuena en  su mente. Es la primera vez que tiene que hacerse ella misma la pregunta y darse una respuesta satisfactoria. Ya no basta una broma o decir con una sonrisa inconsciente que no los tiene. Lo de menos es responder a los secuestradores. La pregunta propia es la lastimosa ahora: “¿dónde están mis hijos?, ¿dónde están? Toda la vida trabajando y no tengo hijos”. La respuesta es urgente, al parecer no tendrá mucho tiempo para pensar.
            — ¿Te quedas callada? ¿Cómo se llama tu hijo el que trabaja en la tienda?
            Ofelia sigue en silencio. Nunca se imaginó ser la madre del Fer, pero le gusta la idea. Fernando lleva trabajando con ella más de ocho años, es güero como ella. La confusión la consuela. No responde. Los secuestradores se ponen más violentos y le dan un golpe en la cabeza, ni así se le borra la imagen de Fernando.
            — ¡Déjate de pendejadas, Güera!
            Ni el secuestrador, que apenas terminó la primaria y que desde muy chico se metió al mundo de las drogas lo puede creer. Apenas tiene diecisiete años y es el mayor de seis hermanos. Su madre lo parió a los catorce, desde entonces no dejó de dar a luz. El último chamaco tiene seis meses. La mujer apenas si se puede mover, quedó muy lastimada y ya parece una anciana. Ofelia podría ser su madre, pero no tiene hijos.
            — ¿Por qué me pegas?
            La sangre escurre por la boca de Ofelia. El Chori le ha dado un golpe y le grita lleno de coraje.
            — Toda la lana que tienes y no tienes hijos. ¡Pinche vieja mentirosa! — Y le da una patada —.
            — Llámale al jefe, él nos dijo que la doña tenía tres hijos y que iba a estar fácil el jale, se me hace que levantaron a otra. — El Loco no daba crédito a la respuesta de Ofelia —.
            El Chori ha vivido en la miseria desde que nació. Martha, su madre, lo vistió de pura ropa usada, a veces se la regalaban y a veces la compraba en las segundas. Ahora con lo de los secuestros ya empezó a comprar ropa de marca. Pero eso es solo apariencia, las marcas de la ropa no borran las marcas de la vida y al Chori, al parecer, le gusta llevarlas por dentro y por fuera. Martha hizo de todo para alimentarlo, la prostitución y la venta de drogas no fueron la excepción. Tiene treinta y un años y se ve más acabada que Ofelia. Quizá por eso el Chori la golpea, o quizá porque si ella hubiera sido su madre, no habría pasado las experiencias que pasó o no se hubiera metido al mundo de la criminalidad. Pero su madre es Martha y ella está buscando cómo seguir alimentando a sus otros hijos. El Chori no le da nada de dinero, si acaso le compra una papitas, cada nunca, a sus hermanos, pero nada para Martha.
            — Sí, es la morra — dice el Muerto —, y también tiene hijos; dice el jefe que le saquemos la sopa a madrazos, pero que no la vayamos a matar, la vieja tiene mucha lana.
            El Chori se levanta, mira a Ofelia como nunca ha visto a nadie. Le da otra patada y empieza a llorar, nadie entiende qué le pasa. Se limpia las lágrimas con la mano y golpea más a Ofelia.
            — Ahora sí me vas a decir el nombre de tus hijos o si no, yo mismo voy a ir a buscarlos y los voy a traer y te los voy a hacer pedacitos. ¿A poco toda la lana que ganas es para ti sola? ¿Cómo se llaman tus hijos pinche Güera?
            Ofelia calla, la respuesta está dada pero el Chori no acepta el silencio como respuesta. Por su mente pasan los recuerdos de su vida y se mira solo y miserable, también pasan las imágenes de sus seis hermanos amontonados en los dos cuartos donde viven. No aguanta más. Ofelia se queja, pero se siente en paz, al parecer ha dado buena respuesta a sus interrogadores. El Chori pierde la cabeza y saca la pistola.

            — ¡Muérete pinche vieja egoísta y no andes viniendo al mundo si no tienes hijos! 

1 comentario:

Lucy Galván-Trejo dijo...

Que bien escribes!