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Sobre una mesa, un reproductor de música desvencijado al que sólo le funciona la radio, toca una melodía romántica. Son las siete de la mañana del lunes. Acaba de empezar el turno y todos lucen cansados por el fin de semana. La mayoría de los trabajadores del área de almohadas vinieron a trabajar el sábado y el domingo también, nueve horas cada día. No han tenido un día de descanso por eso están hoy callados, pensativos. Sobre las máquinas y las mesas quedaron las almohadas del día anterior esperando el siguiente paso del proceso. De pronto me pareció que el tiempo se detenía en ese paisaje que hiere con su blancura. Me detuve a observarlos. Cosas vivientes ralentizadas, obligando torpemente a los miembros entumecidos a funcionar como cuando cae una nevada y hace mucho frío. Escuchan esa canción lenta mientras las almohadas empiezan a recorrer el proceso hasta salir empacadas. Treinta costureras alineadas en dos filas de máquinas de coser Juki empiezan a coser las almohadas blancas y gordas, sujetándolas de un extremo como si fueran pavos americanos de Día de Gracias a los que estuvieran a punto de cortarles el pescuezo. Un nuevo día igual que todos comienza.