—Todavía estoy borracho, pensó.
Siguió repasando la noche del domingo. A veces no era capaz de recordar nada con las borracheras que se ponía. Invitó a un par de amigos, a Fernando y a Jorge, sólo para escuchar música y para pasar el rato, pero uno de ellos llevó a su primo.
—Malo, se dijo cuando lo vio. Éste acostumbra armar bronca cuando se le pasan las copas. A veces hasta se mete coca y entonces ya no entiende razones.
Después de orinar largamente se lavó la cara con agua fría. Cuando se vio al espejo, vio las profundas ojeras, enrojecida la cara y la nariz, hinchada la boca y varios moretones con pequeños cortes en la cara.
Quiso tomar agua, pero se le revolvió el estómago y buscó alguna otra cosa en el refrigerador. Una cerveza, un jugo, tal vez. Pero no había nada. En la madrugada, después de que se calmó el primo de Fernando, les dio hambre y todos arrasaron con lo poco que quedaba. Más tarde se fueron haciendo eses y deteniendo a Rogelio que gritaba, insultaba y amenazaba de muerte a Benito desde la calle oscura y vacía.
—Menos mal que se largaron, nomás faltaba que se hubieran quedado aquí a curarse la cruda.
Volteó a ver el reloj de la pared. Las diez treinta y cinco.
—Ya ni para qué me presento en el trabajo. Mañana me invento algo. ¡Pinche Rogelio! Él fue el que se acabó casi solo la botella de tequila. Si no fuera porque Fernando y Jorge llevaron también un litro de ron, no habríamos alcanzado nada.
Sintió una arcada al pensar en el sabor del tequila, pero no pudo vomitar porque traía el estómago casi vacío.
Se sentó en la cama agarrándose la cabeza como si eso lo fuera a aliviar y aulló como si tuviera muchas resacas juntas.
—¡Me voy a morir!
Se levantó trastabillando para buscar aspirinas o algo para calmar el dolor de cabeza y se golpeó el tobillo derecho con la pata de la cama. Un dolor fortísimo lo hizo caer. La piel del tobillo hasta el empeine del pie estaba completamente oscurecida.
—El ron no nos duró nada y fuimos por otra botella de tequila. Cuando llegamos a la caja del super para pagar, todos se hicieron los desentendidos y yo tuve que poner la mayor parte, entonces me guardé los veinte pesos que me quedaron en el calcetín para los camiones de la semana. ¡Maldito Rogelio cabrón! Ya estaba bien loco con el tequila y la coca que traía y la agarró en mi contra. ¡Me pegó una patada como de mula rabiosa! Me tuve que defender y nos golpeamos hasta que Fernando y Jorge nos separaron.
Sin encontrar nada qué comer o beber, se tomó dos aspirinas y se acostó otra vez pero no pudo pegar los ojos en todo el día. Por la tarde el hambre lo levantó. Fue a la tienda y se gastó quince pesos de los veinte que le quedaban en un pan con salchichón y chile jalapeño. No le alcanzó para una cerveza y pidió una cocacola. Volvió a la casa y se acostó otra vez.
—Un accidente. Estaba ayudándole a un amigo a subir una lavadora al segundo piso; se nos zafó y me cayó en el pie, ¿sabe?
Pero no era muy bueno para contar mentiras porque ni el jefe ni sus compañeros le creyeron. Tuvo muchos problemas esa semana para trabajar. El tobillo le dolía demasiado y debía recorrer mucha distancia para llevar los materiales de un lado a otro.
No era la primera vez que faltaba un lunes, ni que llegaba con golpes en la cara. En los tres meses que llevaba en la fábrica ya había acumulado seis faltas injustificadas.
—Oiga, ¿cómo que no es justificada? No le digo que me cayó la lavadora encima y no podía ni caminar, ¿cómo quería que viniera al trabajo?
Pero él sabía que sólo un certificado de incapacidad del Seguro Social podía justificar sus faltas. Eso, o que se te hubiera muerto un pariente, pero Benito no tenía parientes en la ciudad. Una vez contó que su familia se fue yendo poco a poco a Estados Unidos de mojada. Él era el más chico y su madre murió pronto, así que anduvo rodando cuando niño hasta que tuvo edad para irse a buscar a sus hermanos.
—¿Y qué estás haciendo en una maquila de Juárez, si de aquel lado pagan muy bien por hora? Le preguntaban.
—La novia con la que vivía me denunció con la migra por celos. Así como me ve, enano y huérfano, esa chava me quería mucho.
Pero cuando otro le preguntaba lo mismo, daba una versión diferente.
—No pues es que amenacé a un tipo en una bar con una pistola. Yo estaba de ilegal y alguien le avisó a la policía, por eso me deportaron.
Benito caminaba raro, con dificultad, como los enanos, o como esos niños que dejan solitos en un rincón y nadie atiende antes de que aprendan a caminar. Lo hacen después, cuando son muy grandes. Él casi era un enano, sólo medía un metro cincuenta. Tenía el rictus de los hombres que cuando niños anduvieron en la calle, como avejentados, desacostumbrados a la alegría.
—Pero pensarás volver, ¿no? Aquí en la maquila pagan muy poquito.
—No puedo, la migra me castigó ocho años. Si vuelvo me meten a la cárcel. No importa, estoy acostumbrado a ser enano huérfano. Y además ya me está gustando Juárez.
El lunes siguiente Benito llamó a su jefe. Le dijo que lo había atropellado un autobús cuando estaba esperándolo para ir al trabajo y que estaba muy golpeado.
—¿Estás en el hospital?
—No, me devolví a la casa, pero me duelen mucho los golpes y estoy sangrando. ¿No puede enviar a alguien que me ayude?
—Llama a una ambulancia, es lo que debes hacer. Es un accidente en trayecto, tienes derecho al cien por ciento de tu salario. ¿Tienes testigos del accidente? Tal vez consigas que te crean y así no perderás tu salario si te incapacitan varios días.
—No, quedé atontado con el golpe.
—¿Pero el conductor no te ayudó? ¡Tenía que hacerlo!
—No.
A Benito el dieron una semana de incapacidad. Mientras estaba ausente su jefe decidió que cuando volviera, lo daría de baja por acumular tres faltas en menos de treinta días. Sus ausencias los lunes y sus evidentes problemas de alcoholismo influyeron para esa decisión.
Cuando Benito volvió al trabajo ya recuperado de sus lesiones por atropellamiento o por otra trifulca de borrachos, su despido estaba preparado.
—¿Qué pasó Benito? ¿Ya te corrieron? Le dijeron los compañeros que lo vieron salir de la oficina de Recursos Humanos.
—Sí, pues ni pedo. Es que me ven enano y huérfano y se aprovechan. ¡Ahí nos vemos!
Con lo poco que le dieron de indemnización, se compró una botella de tequila de esas de las caras. Lo imagino con su caminar de enano haciendo un rodeo para llegar a su casa para no encontrarse con Rogelio.
1 comentario:
Muchas veces el alcohol parece ser el único consuelo para un trabajador de maquila, que termina cayendo, valga la redundancia, en un círculo vicioso. Quién sabe si deba yo decir algo al respecto, estamos en las mismas...
Mencionas lo de sus problemas con la migra. Te haré una confesión: Ayer le pregunté a mi hermano, si te preguntan por tu nacionalidad, qué contestarías? El me dijo, convencido, "Mexicano!" Luego le pregunté, "Que hacemos aquí, entonces?" Nada, un desahogo, nomás...
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