Un resorte misterioso me catapulta desde algún sueño profundo y abre mis párpados aun antes de que suene el despertador. Las sombras me rodean pero las manecillas son fluorescentes y noto triunfal que todavía quedan diez minutos antes de que el timbre repiquetee. Adopto la posición más cómoda y cierro nuevamente los ojos para dormir un poco más pero solamente logro divagar entre algún sueño y la jornada que me espera inexorable. A pesar de ser apenas las cinco, los sonidos de los primeros autobuses pasando raudos me impiden - entre otras cosas - conciliar nuevamente el sueño. Un majara (cómo diablos se le ocurre a esas horas!) con la radio del coche a todo volumen completa la orquesta de la calle y pienso que hay un complot en contra de mi sanidad mental. Ya que no duermo, repaso mentalmente la presentación de las nueve y lamento no haber dedicado más tiempo a hacerlo la noche anterior. Hago recuento de las cosas por hacer durante el turno en la maquila y sopeso que sin importar la inversión de esfuerzo, transcurrirán los años y la vida sin que pueda dar alcance a su golosía. Finalmente el despertador hace su trabajo de verdugo torturador anunciándolo con su bip bip hacha corta-sueños. Me desquito aplastando su cabeza azul de plástico y cuestiono su poder perverso de enano retrasado.
Entonces abro ya del todo los ojos, los cuelgo en el techo y recorro las sombras fantasmales de la casa. Me reprocho la amargura pensando que gran parte de mis compañeros están ya en la maquila esperando comenzar el turno. Disfruto un poco más de la tibieza de las cobijas y el brazo amoroso del que está a mi lado me retiene antes del salto a la realidad del nuevo día. A mi pesar me deshago de su abrazo y profiero una maldición que nadie escucha y me pregunto cuándo fue la última vez que en su lugar decía una oración de gracias. Fue cuando niña?
Finalmente me incorporo y sospecho que a cada paso que doy, hay algo de la vida que se escapa.
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