domingo, octubre 16, 2005

JUAN MOSCA

A mi hermano le salvó la vida una vez. Quién iba a decir entonces que a él nadie sería capaz de salvar la suya no mucho tiempo después.
Lo recuerdo jugando al fútbol cada tarde en las calles polvorientas de mi barrio. Los muchachos improvisaban la cancha delimitando el perímetro con piedras grandes en las esquinas y en los lados, y para establecer las distancias medían con pasos. Para las entradas de las porterías medían 5 o 6 pasos y ahí marcaban los extremos con piedras o manchas de cal blanca. Cuando pasaba algún carro interrumpían el juego para hacerse a un lado. A Juan le decían el Mosca porque estaba más prieto y renegrido que los demás. Tenía el pelo tan negro que le azuleaba cuando el sol caía a plomo en su melena revuelta por la carrera del juego. Eso, y unos ojos grandotes y saltones bastaron para que los muchachos le pegaran el mote; así hacían con casi todos para realzar un rasgo o cualidad. Al principio se enojaba porque le llamaban Mosca pero luego se fue acostumbrando. Yo los veía jugar de lejos cuando regresaba de la maquila, o por la ventana cuando estaba en casa los fines de semana y me asomaba para ver dónde estaba mi hermano. Veía levantarse la polvareda en la calle sin asfaltar mientras corrían sudorosos pateando y disputándose la pelota. Juan Mosca sobresalía entre todos porque estaba más alto, fuerte y fornido que ellos – que no sobrepasaban los 14 años - y tal vez por eso era el líder de la pandilla. De vez en cuando, en el verano, a escondidas se iban a bañar al río y ahí aprendían a nadar entre las aguas chocolatosas del Bravo. Fue en una de esas escapadas que mi hermano casi se ahoga cuando se le atoró un pie entre las ramas del fondo del río mientras los demás chapoteaban un poco más lejos de él. Su poca fuerza de niño y la corriente del agua le impidieron zafarse y empezó a manotear desesperado por la falta de aire hasta que se rindió y empezó a hundirse con el cuerpo ya lacio. Pero Juan Mosca se dio cuenta de su ausencia, nadó a toda prisa hacia él y con todas sus fuerzas lo jaló hacia arriba tirando de su melena hasta que lo sacó a la orilla (mucho tiempo quedaría con el cuero cabelludo adolorido por el tremendo jalón). Entre varios lo acostaron boca abajo y lograron que vomitara el agua tragada hasta que reaccionó. Mi hermano nunca nos contó nada para evitar una paliza de mi madre y si no hubiera sido por Juan Mosca ya estaría en otro mundo.
Nos contaría la proeza de Juan Mosca después de que se suicidó un par de años más tarde. Se tragó una botella entera de insecticida Baygón cuando se enteró de que su novia salía con otro. Los muchachos del barrio decían que se había muerto cual si fuera una mosca, pero lo cierto es que Juan Mosca fue el niño héroe que murió de amor.


3 comentarios:

Agustín García Delgado dijo...

Muy cierto, un niño héroe, porque ya nadie muere de amor.
Excelente relato. Más excelente porque es un capítulo de nuestra vida real. Por cierto, yo ignoraba lo del salvamento de mi hermano. Es que todos han sido tan traviesos...

Anónimo dijo...

Buen final para una buena historia

Anónimo dijo...

....AH AH AH AH AH! No mames! que perrona esta historia! shit I like it like it! Futa no me jalen los pelos! Que perrona esta! Cachi! Me guta guta guta! Oye olla, me encanta el ritmo, asi como que no queriendo la cosa, las cosas que suceden asi como espontaneamente, van apareciendo como accidentalemnte, mas como una platica en el poche de la casa en dia de esos en Juarez de los 70's soleados los hijos de su, y mira nomas. Orale. Cachi te lo voy a plagiar, sorry, si saco lana ahi te llevo...