Tenemos que irnos del pueblo Soledad. La tierra ya no da para más y los muchachos están creciendo. Lo dijo con gran pesar sin mirarla a los ojos y después de mucho pensarlo. Soledad empacó las pocas pertenencias y pronto estuvieron en camino. Desde la aridez del campo hacia la aridez del alma. Nomás llegar Nemesio buscó trabajo. Nunca había estado en una empresa de producción en serie, su vida era el campo. Meter las manos secas en la nutricia tierra para sacar sus frutos, como su padre y su abuelo habían hecho. Con la vista baja, como con vergüenza de hacer un trabajo que no era de hombres se encerró en sus pensamientos y recuerdos mientras trabajaba ensamblando componentes de televisiones. Recuerdos de su pueblo antes verde y ahora seco. Donde fue feliz cuando él y Soledad eran muy niños y la única diversión de los domingos era ir a comprar barquillos de cajeta a casa de doña Pola.
Ya desde que uno se acercaba olía a vainilla, en esa casita de adobe en cuyo patio había dos tinas grandes de cobre donde Doña Pola y sus hijas hacían la cajeta. Atardecía ya cuando nos daba el antojo y más conforme nos acercábamos y ya el olor de la vainilla impregnaba todos los espacios. Entonces podíamos ver a Doña Pola con su gesto adusto y cansado batiendo la cajeta con aquella cucharota de madera para que no se quemara al calor del fuego de la leña de mezquite, secándose con un pañuelo el sudor que le sacaba el esfuerzo de batirla, pues se hacía cada vez más espesa y dura conforme la leche y el azúcar se acaramelaban. Todavía me acuerdo que entrábamos a la casa de Doña Pola para que llenara nuestros conos y con curiosidad infantil hurgábamos con la mirada los rincones de aquella humilde casa y nos dimos cuenta que el negocio de la cajeta no era el mejor para vivir de él aunque el olor de la vainilla fuera una cosa linda del pueblo: lo perfumaba, escondía su miseria envolviéndolo con su aroma dulce y cálido.
El jefe de Nemesio conmovido por su seriedad y responsabilidad lo promovió a un puesto en las oficinas como ayudante en el Departamento de Nóminas. Nemesio había terminado la secundaria en su pueblo y entendió fácilmente las nuevas instrucciones. Ya habían pasado años, pero seguía sin hablar casi con nadie. Le preocupaba que el salario no alcanzaba y la vida precaria que llevaba su familia. Déjame trabajar Nemesio, entre los dos será más fácil. Primero muerto, tú estás para cuidar los hijos. En esta ciudad las mujeres se vuelven unas cualquieras nomás entran a trabajar. Estás loco Nemesio, necesitamos el dinero. Margarita ya va a ir a la Universidad. Dije que no, además ya estás muy vieja. Ahí nos irá alcanzando.
Camino al trabajo cada día, Nemesio contemplaba con tristeza el rostro polvoriento y sucio de la ciudad a través de las ventanillas del autobús y evadía la imagen cerrando los ojos y sumiéndose otra vez en sus recuerdos.
Qué diferente allá en nuestro pueblo con su horizonte verde, el aire ahíto siempre de vahos de terrones mojados y de húmeda hierba naciente; sus cultivos exhalando frescores que sacaban un puñado de cositas buenas de adentro que ensalzaban la vida y alborotaban la alegría. Da tristeza no poder ver ya el río culebreando con el sol palpitante acariciando con obstinación las susurrantes aguas en una conjunción sensual y seductora; las ramas de los árboles inclinados hacia él acariciando tímidamente su superficie, rindiendo pleitesía en un besamanos constante.
Allí junto al río enamoró a Soledad y le prometió una vida buena. Pero el campo se secó y los animales se fueron muriendo, y había que tenido que parar aquí en la ciudad que la arena azotaba implacable. Llena de gente con los corazones exhaustos y las miradas tristes.
Los años pasaron y Nemesio siguió archivando papeles mientras revivía días mejores una y otra vez. Como en una vida paralela y silenciosa donde encontraba refugio ante la incomprensión del cambio radical que había sufrido su vida. Veinte años después la maquila cerró sus puertas y Nemesio se dio cuenta que no podría ser contratado a su edad en otra empresa. Las carencias en la casa hicieron crisis. Nemesio, hoy me dijeron de una maquila donde contratan señoras mayores. Voy a ir. Necesitamos el dinero. Si lo haces me iré Soledad. Es que necesitamos el dinero, no puedes cerrarte así, las cosas no son como en el pueblo, ya lo sabes, si ya tienes veinte años aquí. Para mí, como si hubiéramos venido ayer. Me quitas la hombría si te metes en un lugar de esos.
A Soledad no le quedó más remedio y se fue a trabajar. A los cincuenta todavía estaba fuerte y sabía adaptarse a los cambios. Sabía que Nemesio no lo soportaría, pero la necesidad era muy grande. Despojado de orgullo Nemesio cumplió su palabra y se fue a vivir a un modesto hotel que pagaba con lo poco que le daban de pensión a pesar de los ruegos de su familia. ¿Cuándo se había visto que una vieja trabajara? En su pueblo esas cosas no pasaban. Soledad y sus hijos lo visitaron cada semana para entregarle ropa limpia y llevarle comida hasta que un día enfermó y murió, siempre añorando otra vida más feliz en su pueblo.
5 comentarios:
Cachis: ¿De dónde sacaste tan hermoso cuentecillo? Con todo y ciertos tintes romanticones, goza de magnífica prosa, clara estructura y poéticas evocaciones, a la vez que, últimamente, no he visto narración más plena de actualidad y pertinencia.
Me intriga verlo sin firma. ¿Es tuyo? Fírmalo. Si no, debes indicar su fuente. Aunque sospecho que la fuente inagotable de historias como ésta sólo puedes serlo tú.
Enhorabuena
Cachis: ¿De dónde sacaste tan hermoso cuentecillo? Con todo y ciertos tintes romanticones, goza de magnífica prosa, clara estructura y poéticas evocaciones, a la vez que, últimamente, no he visto narración más plena de actualidad y pertinencia.
Me intriga verlo sin firma. ¿Es tuyo? Fírmalo. Si no, debes indicar su fuente. Aunque sospecho que la fuente inagotable de historias como ésta sólo puedes serlo tú.
Enhorabuena
Espero que sea cuento narrativo..... por que si fuera realidad..... creo esta historia cae en la mediocridad e ignorancia de esa familia.....
Me inspiro siempre en historias de gente de la maquila que son verdaderas, pero tienen su dosis de ficción. Algunas las he visto de cerca, otras, son historias que he escuchado en las horas de comida, en el baño, aquí y allá. Me alegro que haya gustado.
yo pienso que cuande hay amor no hay orgullo,almenos que sea un capricho porque el orgullo no te deja perdonar y el amor si y al perdon es dificil,y mas cuando hay orgullo por medio.
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