En la maquila nunca falta un enamorado. Un mujeriego que va de conquistador en cada paso que da. Allí donde yo trabajaba para eso estaba Regino, un guardia de seguridad prieto, con los rasgos insípidos y un diente al que le brillaba la corona de oro cada vez que sonreía. Una no podía dejar de preguntarse dónde estaba la gracia de ese tipo chaparro, negro y dicharachero de espaldas cuadradas, pero tampoco podía negar que tal vez su encanto estaba en su insistencia en sonreír y que su habla melosa eran una invitación para querer permanecer a su lado recibiendo sus halagos. Tan poco pródigos eran los demás hombres en dar cariño o tan poco amadas eran las mujeres que se le arrimaban como gatas enredándose entre sus melindrosas palabras, hasta que un día quedaban entrampadas entre sus mentiras.
Cuando lo conocí ya tenía mujer e hijos, pero Regino creía que había demasiadas mujeres en el mundo para él y la maquila estaba llena de ellas. Primero embobó a Esmeralda, la más curvilínea muchacha de toda la fábrica, pero no se conformó y se desentendió de ella en cuanto supo que esperaba un hijo. No bien la acababa de abandonar cuando ya estaba junto otra presa, y luego otra y otra. Su técnica empezaba por llamar la atención mientras canturreaba cada vez que pasaba por las líneas de producción, ocasión que aprovechaba para piropear a las muchachas y acercárseles sorpresivamente para decirles cositas al oído, cogerlas de la mano o acariciarles el pelo y eso las alborotaba y hasta parecía que al otro día llegaban vestidas más coquetas para él. Todas nos dábamos cuenta pues Regino era tan desvergonzado que no se ocultaba de nadie, parecía que para eso lo hubieran contratado. Regino las motivaba y luego se valía de sus recursos para seguir adelante con la seducción.
Después de muchos corazones rotos, Regino finalmente dio su brazo a torcer y se casó – o más bien lo casaron -, se cansó de enamorar muchachas o de hacerles hijos que luego le reclamaban y un buen día se apaciguó porque ya no le alcanzaba lo que ganaba para repartirlo y porque se le fue apagando la sonrisa.
Veinte años después ya cuando dejé el trabajo en la maquila ya ni me acordaba de él hasta que un día observé a un policía de tránsito infraccionando a un conductor frente a mi coche. Fue difícil reconocerlo por lo gordo y panzón y por los grandes lentes oscuros, pero lo que sí reconocí fue el brillo metálico de su diente con corona de oro, lo chaparro y su cuadrada espalda. Cuando terminó su diligencia, le hice una seña y se acercó. Lo saludé y recordamos brevemente los viejos tiempos y mientras hablaba, noté la ausencia de su eterna sonrisa luminosa y eché de menos su mirada insistente con su pátina cristalina que nos enamoraba a todas. La reemplazaba una sonrisa triste y acaso le quedaban trazas detrás de la mirada cansada del seductor que una vez fue.
Cuando lo conocí ya tenía mujer e hijos, pero Regino creía que había demasiadas mujeres en el mundo para él y la maquila estaba llena de ellas. Primero embobó a Esmeralda, la más curvilínea muchacha de toda la fábrica, pero no se conformó y se desentendió de ella en cuanto supo que esperaba un hijo. No bien la acababa de abandonar cuando ya estaba junto otra presa, y luego otra y otra. Su técnica empezaba por llamar la atención mientras canturreaba cada vez que pasaba por las líneas de producción, ocasión que aprovechaba para piropear a las muchachas y acercárseles sorpresivamente para decirles cositas al oído, cogerlas de la mano o acariciarles el pelo y eso las alborotaba y hasta parecía que al otro día llegaban vestidas más coquetas para él. Todas nos dábamos cuenta pues Regino era tan desvergonzado que no se ocultaba de nadie, parecía que para eso lo hubieran contratado. Regino las motivaba y luego se valía de sus recursos para seguir adelante con la seducción.
Después de muchos corazones rotos, Regino finalmente dio su brazo a torcer y se casó – o más bien lo casaron -, se cansó de enamorar muchachas o de hacerles hijos que luego le reclamaban y un buen día se apaciguó porque ya no le alcanzaba lo que ganaba para repartirlo y porque se le fue apagando la sonrisa.
Veinte años después ya cuando dejé el trabajo en la maquila ya ni me acordaba de él hasta que un día observé a un policía de tránsito infraccionando a un conductor frente a mi coche. Fue difícil reconocerlo por lo gordo y panzón y por los grandes lentes oscuros, pero lo que sí reconocí fue el brillo metálico de su diente con corona de oro, lo chaparro y su cuadrada espalda. Cuando terminó su diligencia, le hice una seña y se acercó. Lo saludé y recordamos brevemente los viejos tiempos y mientras hablaba, noté la ausencia de su eterna sonrisa luminosa y eché de menos su mirada insistente con su pátina cristalina que nos enamoraba a todas. La reemplazaba una sonrisa triste y acaso le quedaban trazas detrás de la mirada cansada del seductor que una vez fue.
1 comentario:
Don Melón,
El conquistador es un personaje que está presente en todos los espacios, me pareció interesante hablar de él y reconocer en el proceso los riesgos de la inmadurez en las relaciones amorosas. La maquila es un laboratorio interesante cuyos personajes y problemática intento dar a conocer en mi espacio.
Gracias por tu comentario. Nos podemos tutear por favor.
Saludos
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