jueves, septiembre 15, 2005
PEQUEÑA ENAMORADA
Un enano no es un discapacitado, pero su diferencia en altura con respecto al promedio de los demás, puede ocasionarles algunos inconvenientes. Por eso nos sorprendió el día que una enanita alegre y simpática fue contratada en la maquila. Era tan pequeñita que no alcanzaba a subir a las sillas que usábamos en las líneas de producción. Era inevitable observar su caminar a ese ritmo y cadencia extraños y hasta la manera que “escalaba” la silla para poder sentarse. Pero ya debía estar más que acostumbrada, pues en lugar de intimidarse, usaba el recurso de la diferencia para ser graciosa, desinhibida y hasta coqueta. Conocía de sobra que algunas de las sonrisas que despertaba a su paso eran de cierta socarronería no mal intencionada y la aprovechaba para desviar la atención al traserito rechoncho con los pantaloncitos bien entallados que movía cómicamente a un lado y otro por los pasillos. En todos los años que he trabajado nunca había visto un enano en la maquila hasta entonces, no porque no los haya sino porque las condiciones trabajo exigen muchas veces que los operadores estén de pie y tanto la altura de las mesas de trabajo como la maquinaria están diseñados para personas con estatura promedio. Aun las herramientas y escantillones están colocados a distancias ergonómicas para alcanzarlos con unos brazos de longitud estándar. Además, las maquilas no ofertan trabajos de manera consciente para personas con capacidades diferentes, lo que limita las oportunidades para muchas personas, pues temen ser rechazados una y otra vez.
Han pasado ya tantos años que he olvidado su nombre, el tiempo va haciendo ya estragos en la memoria y pronto mis recuerdos se parecerán a algunos de mis sueños recurrentes, donde todo está cubierto por el polvo del tiempo y la oscuridad de la muerte. Eso sí, tengo una viva imagen de su rostro moreno y maquillado como el de cualquier otra jovencita de 20. Usaba las cejas negras y delgadas y los labios del rojo más sinvergüenza que se podía encontrar y que funcionaban casi como una de esas lupas con las que jugó uno de niño para concentrar los rayos del sol en un punto con el que se podían quemar desde hormigas hasta papel. “Fíjense en mis labios, rojos y sensuales y no en mi cuerpo pequeño que provoca a risa” parecía decir. A veces también hacía todo lo posible por llamar la atención, su juventud la traicionaba y se carcajeaba a todo volumen, y gritaba y rebosaba desparpajo sin importarle un bledo los cuchicheos y las risillas.
Todo parecía transcurrir de manera normal a pesar de las dificultades a las que se enfrentaba cada día, desde montar a la silla hasta subir al autobús. Hasta que un día un circo llegó a la ciudad. Suelen permanecer hasta un mes, o acaso un poco más si el espectáculo logra buenas entradas semana a semana. No supimos qué pasó exactamente, sólo que nuestra enanita jacarandosa dejó de ir al trabajo cuando el circo se marchó de la ciudad. ¿Acaso no era tan feliz como creíamos y las continuas burlas socavaron su orgullo hasta decidir largarse? ¿Decidió que en la maquila sus oportunidades futuras estaban limitadas por su altura? ¿O como quise creer siempre: un amor a primera vista y de tú a tú, de igual a igual, ofuscó su corazón y decidió seguirlo, para amarle de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, después de cada función?
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