En un tiempo en el que fumar era permitido en las empresas, Mus Muris (un apodo que todos excepto él conocíamos) puso un letrero clavado con chinchetas en la pared falsa de su cubículo. Al terminar de colgarlo, con sus pequeños ojillos desconfiados nos ha mirado a todos en clara señal de advertencia. El letrero impreso en letra de tamaño suficientemente grande para leerse al primer vistazo reza una trillada frase: “Tu libertad termina donde empieza la de los demás” Era claro que su tolerancia a los fumadores había llegado al límite. Una vez se gastó 150 dólares en un purificador de ambiente para capturar el humo detestable que emanábamos antes de que llegara a sus pulmones. Mus Muris detestaba el cigarro y a todos los que fumábamos. Su extraña personalidad encajaba como pieza de rompecabezas en la posición que tenía asignada como encargado central de archivos y documentos.
Todo registro iba a parar a su cubículo para que él dispusiera su fin: destrucción, archivo, distribución, o copia. Sus manías ratoniles convertían una apacible jornada en un nervioso abrir y cerrar de archiveros y un ruidoso estrujar de papeles inservibles. Su obsesión por el orden y el ahorro era tal que conservaba los bolígrafos vacíos de tinta de muchos años, como trofeos y ejemplo para la sociedad derrochadora que le rodeaba. Les metía en el tubo cristalino del repuesto una tira de papel amarilla donde escribía las fechas de comienzo y término de uso y luego las pegaba ya vacías con cinta adhesiva en una sección de la pared de su cubículo y las alternaba con pequeños letreros a colores que contenían sentencias, parábolas y frases célebres, todas con críticas al desorden, los vicios y el despilfarro. Esa era la parte que yo más admiraba de sus costumbres y me paraba en ocasiones frente a su collage de plumas y papeles igual que una obra de arte se contempla en un museo intentando profundizar en su esencia.
Mus Muris paseaba inquieto y con pasos pequeños y rápidos por los pasillos llevando legajos y luego ya en la oficina, compaginaba y grapaba con minuciosidad asegurando que las grapas quedaran siempre a la misma distancia de la orilla de las hojas. A pesar de las políticas de retención de archivos obsoletos que indicaban mantenerlos no más de tres meses, Mus Muris los ocultaba durante años en una sección de su departamento celosamente organizados por fechas y asuntos, cual si ocultaran un valioso secreto que revolucionaría un momento futuro. Recorría las oficinas distribuyendo documentos con andar nervioso y cada vez se llevaba alguna copia expirada, o preguntaba si había papel para reciclar, como un ratoncito que necesita llevar queso a su agujero, o como esos otros roedores que se sabe que tramposamente hacen trueques dejando piedritas por alimento.
En una junta lo observé mientras estaba cruzado de piernas que la suela de su zapato tenía la fecha de compra marcada con bolígrafo. Sería que al llevar cuenta de su antigüedad duraban más? También lo descubrí una vez en el Supermercado haciendo las compras habitualmente reservadas a la ama de casa mientras miraba nerviosamente los precios y comparaba las marcas de los productos para asegurarse del mayor ahorro posible.
Hace ya tiempo que perdí de vista a ese curioso personaje. Sus manías sobre el ahorro nos divertían más que nos ejemplificaban. Echo de menos sus sistemas económicos, su aislamiento en el agujero-cubículo lleno de papeles obsoletos, sus letreros de advertencia y sus bolígrafos colgados en sus tres paredes de color gris rata. Tan grises como su rencor a la mundana indolencia que nos caracteriza.
3 comentarios:
Hola :d
de mera casualdiad el Mus Muris es una persona real o un seudonimo..
es que Muris es mi apellido..
jejeje
uen texto :D
y salu2
Iker MURIS
¡maravillosooooooo! oye Elpidia...no puedo evitarlo ¿real o ficción?...es que, verás, yo en realidad y a pesar de que ahora soy bibliotecaria, he sido archivera durante años y claro...me ha hecho muchísima gracia. ¡abrazos!
ah...te recomiendo un libro, "el hombre de la navaja barbera" de Putik, fenomenal coleccionista de "semaforismos"
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