Le doy gracias a Blas por invitarme a comentar su libro a pesar de ser nueva en estos asuntos. No entiendo por qué precisamente en el día que se va a acabar el mundo y que debería estar rezando para pedir perdón por mis pecados. Si Harold Camping se equivocó y no se acaba el mundo hoy — nos quedan cuatro horas — ya me vengaré cuando le pida que presente mi libro de relatos. Le pediré que me lo presente el día de su cumpleaños.
Tengo una gran simpatía por este libro desde que Ricardo Vigueras, Viridiana Meraz y Juan Manuel Aboytia lo presentaron en el Teatro Octavio Trías en noviembre del año pasado. Esa simpatía ha crecido ahora que lo leí para presentarlo aquí. Recuerdo que no paré de reírme cuando Blas leyó partes de sus cuentos esa noche. Y no fui la única. El público se carcajeó como yo pocas veces he escuchado que lo hace en una presentación de un libro, donde casi siempre todo es formalidad y erudición, y en ocasiones, bastante aburrido para alguna parte de la concurrencia. Y es precisamente esa habilidad para hacer reír lo que hace a Blas tan admirable como escritor: es divertidísimo. ¡Y vaya que corren tiempos en los que reír hace falta! Reír es el principal síntoma de la felicidad. Y qué feliz nos hace una lectura acompañada de risas. Regocijarse en las imágenes que nos provoca, por perversas o sagradas que sean. Porque en Carta al Apóstol San Blas a los Parralenses, las alusiones a los sagrado abundan. De los 34 cuentos que conforman el libro, 15 son relatos inspirados en pasajes, personajes, y temas bíblicos o que simplemente usan léxico religioso. Así encontramos salpicados los cuentos de palabras como: confesionario, fuego eterno, infierno, purgatorio, párrocos, iglesias, monjas, blasfemias, apóstoles, santos, Cristos, hostias, rezos, gloria, cuaresma, salmos, rosarios, transustanciación, y una larga lista más. Sin embargo, es interesante cómo Blas desacraliza estos elementos y los reconvierte en algo tan jocoso, que el mismo lector se pregunta cómo puede gozar de alegría en las perversiones y el retorcimiento de los símbolos de la religión en los cuentos de Blas. Es así como en el cuento Tríptico, Carlos, un niño vendedor de drogas asiduo a la misa, es asesinado por los santos de la iglesia que bajan de sus pedestales. O en Crápula, un cuento graciosísimo en el que un estudiante de una escuela religiosa, es sexualmente reprimido cuando la madre superiora lo sorprende auto-estimulándose y después vigilado cuando hace sus necesidades. Su desesperación es tal que piensa ir con el seminarista “que tenía fama de chupársela a los niños a cambio de dulces”. Afortunadamente, encuentra una manera más inocente de satisfacerse.
En Estafa en tiempos de samplers y loops, “Dios es madreado por las mujeres” de una fiesta después de golpear a una de ellas por accidente. Y es que el humor en Blas con toda su irreverencia, es desahogo puro, medicina para el descargo de paradigmas, receta para el placer.
Un segundo aspecto que quisiera destacar de este libro es su rescate de los lugares y sucesos históricos de Ciudad Juárez. Sí, Blas también hace historia con humor. O más bien humor con historia. Hay cuando menos diez cuentos en el libro con aspectos y personajes que causarán cierta melancolía a quienes hayan vivido aquí por muchos años, pues, como yo, se reconocerán en esas estampas: La Plaza de Armas, los cines Premier, Coliseo, Variedades, Alameda, Victoria, el Mercado Cuauhtémoc, la Misión de Guadalupe, el Monumento, Bar el Recreo, el Electric Q, la Presidencia, la 16 de Septiembre, el Noa Noa, los puentes, el Hombre Liga, el Guanayudita, Juan Gabriel, el pintor parralense y manco. Muchos más.
Uno de los cuentos más hilarantes, si no el que más, con estas añoranzas locales, aunque tampoco faltó la palabra sagrada: Santo, es Flama Roja, el inicio de un imperio. Les prometo que les sacará lágrimas de risa cuando lean el recuento de la lucha estrella entre Flama Roja y El Santo, en el Gimnasio Municipal. Este cuento como casi la mayoría, también es rico en el lenguaje callejero y del barrio juarense. Y no puedo dejar de recomendarles Parque Borunda, relato histórico sobre el asesinato sobre el asesinato de José Borunda y uno de sus asistentes por medio de un paquete bomba. La narración de la posterior confusión de los cuerpos destrozados y las declaraciones de los testigos, rayan en lo hiperbólico.
El sexo y el erotismo es otro tema presente en esta reunión de cuentos. Sexo insatisfecho, homosexualidad, pedofilia, cuartetos, lesbianismo, felaciones, erecciones, y masturbación, son tratados con espontaneidad y enriquecidos con la gracia y el argot de barrio, que caracteriza al escritor Blas en esta novela.
En el libro Carta del Apóstol Blas a los Parralenses, Blas García nos ofrece una obra donde se conjugan en cuarteto, igual que en la fantasía del cuatro, en el cuento Donde los números empezaban a partir del cuatro, el humor, ese elemento infrecuente en la literatura de estos tiempos; lo sagrado o debiera decir, lo desacralizado; el erotismo, y lo histórico que nos deleita y nos sorprende, a la vez que nos permite rememorar con añoranza, los rincones y figuras que conforman el mosaico nuestra Ciudad Juárez. Después de este libro, mucho me temo que el blasfemo Blas García, termine anatematizado y expulsado al purgatorio donde seguramente será condenado a escribir eternamente. Para nuestro deleite.
Tengo una gran simpatía por este libro desde que Ricardo Vigueras, Viridiana Meraz y Juan Manuel Aboytia lo presentaron en el Teatro Octavio Trías en noviembre del año pasado. Esa simpatía ha crecido ahora que lo leí para presentarlo aquí. Recuerdo que no paré de reírme cuando Blas leyó partes de sus cuentos esa noche. Y no fui la única. El público se carcajeó como yo pocas veces he escuchado que lo hace en una presentación de un libro, donde casi siempre todo es formalidad y erudición, y en ocasiones, bastante aburrido para alguna parte de la concurrencia. Y es precisamente esa habilidad para hacer reír lo que hace a Blas tan admirable como escritor: es divertidísimo. ¡Y vaya que corren tiempos en los que reír hace falta! Reír es el principal síntoma de la felicidad. Y qué feliz nos hace una lectura acompañada de risas. Regocijarse en las imágenes que nos provoca, por perversas o sagradas que sean. Porque en Carta al Apóstol San Blas a los Parralenses, las alusiones a los sagrado abundan. De los 34 cuentos que conforman el libro, 15 son relatos inspirados en pasajes, personajes, y temas bíblicos o que simplemente usan léxico religioso. Así encontramos salpicados los cuentos de palabras como: confesionario, fuego eterno, infierno, purgatorio, párrocos, iglesias, monjas, blasfemias, apóstoles, santos, Cristos, hostias, rezos, gloria, cuaresma, salmos, rosarios, transustanciación, y una larga lista más. Sin embargo, es interesante cómo Blas desacraliza estos elementos y los reconvierte en algo tan jocoso, que el mismo lector se pregunta cómo puede gozar de alegría en las perversiones y el retorcimiento de los símbolos de la religión en los cuentos de Blas. Es así como en el cuento Tríptico, Carlos, un niño vendedor de drogas asiduo a la misa, es asesinado por los santos de la iglesia que bajan de sus pedestales. O en Crápula, un cuento graciosísimo en el que un estudiante de una escuela religiosa, es sexualmente reprimido cuando la madre superiora lo sorprende auto-estimulándose y después vigilado cuando hace sus necesidades. Su desesperación es tal que piensa ir con el seminarista “que tenía fama de chupársela a los niños a cambio de dulces”. Afortunadamente, encuentra una manera más inocente de satisfacerse.
En Estafa en tiempos de samplers y loops, “Dios es madreado por las mujeres” de una fiesta después de golpear a una de ellas por accidente. Y es que el humor en Blas con toda su irreverencia, es desahogo puro, medicina para el descargo de paradigmas, receta para el placer.
Un segundo aspecto que quisiera destacar de este libro es su rescate de los lugares y sucesos históricos de Ciudad Juárez. Sí, Blas también hace historia con humor. O más bien humor con historia. Hay cuando menos diez cuentos en el libro con aspectos y personajes que causarán cierta melancolía a quienes hayan vivido aquí por muchos años, pues, como yo, se reconocerán en esas estampas: La Plaza de Armas, los cines Premier, Coliseo, Variedades, Alameda, Victoria, el Mercado Cuauhtémoc, la Misión de Guadalupe, el Monumento, Bar el Recreo, el Electric Q, la Presidencia, la 16 de Septiembre, el Noa Noa, los puentes, el Hombre Liga, el Guanayudita, Juan Gabriel, el pintor parralense y manco. Muchos más.
Uno de los cuentos más hilarantes, si no el que más, con estas añoranzas locales, aunque tampoco faltó la palabra sagrada: Santo, es Flama Roja, el inicio de un imperio. Les prometo que les sacará lágrimas de risa cuando lean el recuento de la lucha estrella entre Flama Roja y El Santo, en el Gimnasio Municipal. Este cuento como casi la mayoría, también es rico en el lenguaje callejero y del barrio juarense. Y no puedo dejar de recomendarles Parque Borunda, relato histórico sobre el asesinato sobre el asesinato de José Borunda y uno de sus asistentes por medio de un paquete bomba. La narración de la posterior confusión de los cuerpos destrozados y las declaraciones de los testigos, rayan en lo hiperbólico.
El sexo y el erotismo es otro tema presente en esta reunión de cuentos. Sexo insatisfecho, homosexualidad, pedofilia, cuartetos, lesbianismo, felaciones, erecciones, y masturbación, son tratados con espontaneidad y enriquecidos con la gracia y el argot de barrio, que caracteriza al escritor Blas en esta novela.
En el libro Carta del Apóstol Blas a los Parralenses, Blas García nos ofrece una obra donde se conjugan en cuarteto, igual que en la fantasía del cuatro, en el cuento Donde los números empezaban a partir del cuatro, el humor, ese elemento infrecuente en la literatura de estos tiempos; lo sagrado o debiera decir, lo desacralizado; el erotismo, y lo histórico que nos deleita y nos sorprende, a la vez que nos permite rememorar con añoranza, los rincones y figuras que conforman el mosaico nuestra Ciudad Juárez. Después de este libro, mucho me temo que el blasfemo Blas García, termine anatematizado y expulsado al purgatorio donde seguramente será condenado a escribir eternamente. Para nuestro deleite.