sábado, mayo 30, 2009

CALEIDOSCOPIO

Recorro a diario la ruta que lleva a mi trabajo durante treinta minutos en una Explorer color arena. Cruzo los dedos para que no se me truene una llanta. No traigo extra. Es entonces que recuerdo todos los asuntos que voy dejando de lado: además de comprar una llanta adicional, tramitar las nuevas placas; pagar el impuesto predial; ir al dentista; cambiar el nombre en el recibo del gas; obtener una nueva copia de las escrituras; ir a la notaría pública, ir a mi revisión médica y quién sabe cuántas cosas más. Espanto el “To Do List” antes de que me abrume. Como voy medio adormilada a veces ni cuenta me doy que voy a noventa kilómetros, entonces aminoro un poco y le doy sorbitos al café del termo para terminar de despertar cuando me toca algún semáforo en rojo, no vaya a ser que me estrelle. A la velocidad a la que voy sería un accidente fatal.

El noticiero matutino escupe sus novedades sobre sicarios, tiranos y dirigentes corruptos. Harta de lo mismo, apago la radio. Normalmente escucho las noticias durante el trayecto pues una vez que entre a la fábrica, la conexión con el mundo exterior no relacionado con el trabajo desaparecerá. Me concentro en conducir y en disfrutar las imágenes multicolores que cambian vertiginosas a mi paso con rara fascinación: las nubes irisadas en el paisaje del amanecer; los rostros ensimismados de los conductores aun somnolientos; caminantes preocupados por llegar a tiempo al trabajo; el vendedor de periódicos iniciando su jornada en las esquinas; la estatua de Pancho Villa en su caballo reparando proyectada contra la luz del alba; la cola de gente que ya hormiguea en el Consulado Americano desde las seis esperanzada en obtener una visa; todos aferrados a una carpeta amarilla como una pequeña tabla de salvación.

Me distrae el humo excesivo que sale del escape de un autobús. Luego volteo hacia la alfarería en el lado opuesto de la calle y veo de nuevo esas macetas azules estilo Talavera que apunté en mi lista hace mucho - si el sábado no trabajo iré a comprarlas-, me prometo.

En la misma calle me cruzaré con la corredora. La muchacha con la que me encuentro cada mañana a las seis y media y que corre por la orilla de la calle. Trae audífonos y usa pantalones cortos. Se le agitan los pechos de una forma rara porque deja los brazos muy abiertos cuando corre. Me pregunto cómo se me verían a mí en el caso dado que corriera. Cuando me queda menos para llegar dejo a un lado mi caleidoscopio y empiezo a pensar otra vez en el “To Do List”. Esta vez la lista es de asuntos de trabajo. Para darles seguimiento uso un cuaderno de notas que tiene esas palabras impresas en cada hoja. Ayuda a completar las tareas del día. Listas "TO DO", útiles para ser más eficientes y aprovechar cada minuto del día en trabajo valioso, que produzca resultados. Sé de antemano que no terminaré la lista hoy, ni tampoco mañana. La lista de cosas personales por hacer va peor todavía.

Tomo de nuevo el caleidoscopio pero la policromía no es tan radiante ya cuando veo pasar furgonetas descapotadas con soldados vestidos de verde y fusiles y gafas negras. Un helicópetro militar que vuela muy bajo ensucia con su verde el blanco de las nubes. El conjunto premoniza otro asesinato en las calles.

Al final de la avenida alcanzo a ver los colores azul y blanco de la fábrica, llegaré en un par de minutos. La lista de tareas pendientes del trabajo va llenando los espacios de mi mente con más fuerza mientras busco un lugar libre en el estacionamiento. Al bajar de la Explorer dejo mi caleidoscopio con la misma consternación que un niño al que le arrancan un juguete. Entro en la maquila y siento que me sumerjo en una dimensión gelatinosa y espesa.