jueves, mayo 22, 2008

JUÁREZ ESTÁ ROTA

"Alma Rota" de Miguel Reyes

Peter Stillman, el demente personaje de Paul Auster en Ciudad de Cristal”, encontró una correlación entre el lenguaje y el mundo material y creía que el lenguaje debía ser reinventado porque “nuestras palabras ya no se corresponden con el mundo... se han partido, se han hecho pedazos, han caído en el caos...Un paraguas no sólo es una cosa, es una cosa que cumple una función, en otras palabras, expresa la voluntad del hombre”. “Cuando uno se pone a pensar en ello, todos los objetos son semejantes al paraguas, en el sentido de que cumplen una función. Ahora, mi pregunta es la siguiente: ¿qué sucede cuando una cosa ya no cumple su función? ¿Sigue siendo la misma cosa o se ha convertido en otra? Cuando arrancas la tela del paraguas, ¿el paraguas sigue siendo un paraguas? Abres los radios, te los pones sobre la cabeza, caminas bajo la lluvia, y te empapas. ¿Es posible seguir llamando a ese objeto un paraguas? En general, la gente lo hace. Como máximo, dirán que está roto. Puesto que ya no cumple su función, el paraguas ha dejado de ser un paraguas. Puede que se parezca a un paraguas, pero ahora se ha convertido en otra cosa”.

La palabra Juárez, nombre de esta ciudad fronteriza de trescientos cincuenta años, está rota en estos días. Como el ejemplo del paraguas de Stillman, su gente está rota, los pensamientos de sus habitantes están rotos, el caos reina y todos sentimos que estamos perdidos. Si Juárez no estuviera rota, si lo que representa realmente la palabra Juárez estuviera completo, Juárez sería ese lugar donde confluyen dos culturas que se esfuerzan por coincidir; sería símbolo del más rico intercambio comercial de México; sería el modelo de gente trabajadora de las maquiladoras; el último asidero donde miles se aferran a un sueño de esperanza antes de partir al norte... y para los que nacieron aquí, el lugar amado que se echa de menos cuando se marcha y que al regresar, hace que algo dentro brinque de alegría.

Pero a Juárez nos la han hecho pedazos que están esparcidos entre todos sus muertos y sus muertas, en la vida que ya no tienen porque les fue arrancada con fiereza, en las lágrimas que escurren de sus deudos, en el horror que vivimos los que quedamos vivos. A Juárez la están rompiendo exterminadores salvajes que van repartiendo la muerte en sus calles como si fueran regalos del infierno.

Habrá que arrebatarles Juárez a los depredadores. Reinventar la palabra, ponerle otro nombre para que pueda cumplir de nuevo su función.

Peter Stillman no quiso revelarle a Paul Auster el secreto de cómo hacer para saber la palabra nueva, la reinventada. Nosotros tampoco hemos podido saber cómo reinventar a Juárez, pero hay que curarla y seguir nombrándola Juárez para que vuelva a ser, como a un paraguas roto al que hay que remendar para seguir llamándole humildemente paraguas”.

sábado, mayo 10, 2008

LA CAJA DE LAS ESTRELLAS

Dedicado a Beverly Contreras

Felipe viene bajando la montaña de la mano de su madre. Ella, a pesar de estar ya muy avanzado su embarazo, serpentea con ligereza por un sendero pedregoso muy angosto. La delgada suela de los huaraches no perturba el paso de sus pies tatemados por el sol, duros, acostumbrados desde que son pies a subir y bajar los riscos de la Alta Tarahumara. Sólo de vez en cuando se detiene un poco cuando Felipe resbala para mirarlo con reproche. No es de indios rarámuris, los de los pies alados, tropezar en sus montañas.

Llevan ya dos horas bajando la barranca. Es el tiempo en que vienen los chabochis y compran sus artesanías. La madre de Felipe intuye que pronto nacerá su hijo y no le vendrá mal algo de dinero, por eso lleva cestas para vender tejidas allá en lo alto. De esas que caben una dentro de otra hasta completar cinco o seis, como Matrioshkas que usan para las tortillas, las semillas y los chiles secos. Felipe lleva atadas al cinto varias flautas de carrizo que le amarró su madre a la faja con un mecate. Es la primera vez que baja a vender a los chabochis, pues es pequeño todavía y llevarlo siempre a Creel, el pueblo más grande de la sierra, sería un estorbo más que una ayuda. Más de dos horas para bajar a paso breve se hacían casi tres con Felipe, luego había que volver y la empinada subida era más pesada todavía.

Para Felipe la bajada es toda una novedad. Desde allá arriba, de día, sólo alcanza a imaginar trozos de lo que esconde la inmensidad del paisaje de roca, que muestra al sol sus desnudeces detrás de la vegetación perfiladas contra un fondo muy azul, como una mujer que mostrara sus carnes sobresaliendo de un ligero vestido verde. Abajo alcanza a ver el empequeñecido río que corre abajo, muy abajo; pero de noche, la negrura desaparece el paisaje y entonces el misterio de las estrellas y la luna lo fascinan.

Acá abajo sin embargo, uno se fija más en la gente y en las cosas, deja de sentirse tan chiquito, y puede que por mirar a la gente, se olvide de mirar a las estrellas, como lo hace Felipe cada noche de verano acostado en el petate afuera del jacal, cuando juega a coger estrellas. Alza los brazos y junta las manitas ahuecándolas hasta atrapar la más brillante, y si la estrella es suficientemente grande, los destellos le salen entre los dedos como si la hubiera atrapado realmente. Luego simula que mete cada una debajo del petate. Así se va quedando dormido atesorando estrellas que ya no están por la mañana.

Es tarde ya cuando llegan a Creel y sólo han comido pinole en el camino, pero cuando la mujer ve que hay camiones con turistas estacionándose junto a un hotel, jala a Felipe y aprieta el paso para estar en la puerta del camión cuando bajen. A pesar de la larga caminata no había expresión de cansancio en los rostros de los dos indios rarámuris, ese cambio de semblante como sufrido que tenemos los demás cuando estamos físicamente agotados, sino un rictus acuñado de eterna desventura. Le desata las flautas de carrizo a Felipe y le pide que las ofrezca. Ella alista sus cestas con la esperanza de que le compren alguna. Los turistas empiezan a bajar y lo primero que ven es a Felipe y a su madre.

Con el silencio milenario de sus genes, Felipe mira a todos fascinado y su madre parece suplicar con la mirada, no habla.

—¡Mira, unos tarahumaras de verdad! —dice una turista adolescente a su amiga del grupo.

—¡Ay, sí! ¡Qué grandioso! Yo no sé qué les ven. Si hubiéramos ido a Mazatlán, ahorita ya me estaría metiendo a la playa.

—¿Ya están todos abajo? —dice la líder del grupo—. Vamos a registrarnos al hotel para luego refrescarnos un poco y luego saldremos a dar una vuelta antes de buscar un lugar para cenar.

—Iremos ya a las Barrancas?

—No, ya es tarde y se nos haría de noche. Es peligroso subir hasta de día, imagínate de noche. ¡Nos matamos!

Mientras se encaminan al hotel, Felipe y su madre los siguen impasibles sin dejar de ofrecerles sus artesanías.

—Mira, estos indios nos están siguiendo, vamos a comprarles algo para quitárnoslos de encima— comenta una mujer.

—Ay, no, estoy tan cansada después de tantas horas en el camión, que ahora lo que quiero es llegar al hotel y darme una ducha rápida. No olvides que hay que buscar algún lugar decente donde cenar.

El grupo es grande y entran todos al hotel. Felipe y su madre se sientan afuera a esperarlos. No les queda más remedio que comer más maíz tostado y molido con azúcar y canela. Todos los rarámuris comen pinole para aguantar las largas andaduras en las Barrancas del Cobre y porque es bueno para engañar el hambre.

Un buen rato después el grupo sale del hotel, ya ha oscurecido. Felipe y su madre siguen allí sentados como estatuas de sal. En cuanto ven a los chabochis, se paran y tienden otra vez su mercancía hacia ellos.

—¡Mira qué indios estos tan aferrados!

—Pobres, parece que no han comido. Yo les voy a comprar algo.

—Bueno, pues yo voy a estrenar mi cámara con ellos. El niño tiene una carita muy tierna.

Mientras una de las mujeres saca el dinero para pagar unas cestas, la otra enfoca de frente al niño y dispara el obturador que activa el flash automático.

Felipe se queda cegado un momento y luego sorprendido con los ojos muy abiertos.

Cuando se marchan, Felipe no sale de su asombro y su madre lo presiona.

—¿Qué te pasa Felipe? Camina —le dice mientras ella emprende el camino de regreso. Tienen que volver muy pronto.

En lugar de seguir a su madre Felipe corre en busca de la turista que le tomó la foto y la tira de la blusa.

—¿Qué quieres?

Se queda un momento en silencio mirando la cámara.

—¿Me das una estrella?

— ¿Qué dices? ¿Una estrella?

—Sí, las que tienes en tu cajita de estrellas.

domingo, mayo 04, 2008

MAQUILADORA, PAPALOTE DE LA GLOBALIZACIÓN

La industria maquiladora en Ciudad Juárez, y en todas las ciudades donde principalmente están instaladas a lo largo de la frontera de México con Estados Unidos, se encuentra otra vez a merced de la recesión económica que golpea a Estados Unidos. Como frágil papalote echado a volar en los meses de las peores tolvaneras de primavera y con riesgo a que caiga en picada y se descuajaringue en cualquier momento. Las estadísticas hablan por ellas mismas:

Desde Octubre 2007 a Marzo 2008, se perdieron en Ciudad Juárez 12,995 empleos. (Horacio Carrasco. "Crisis e incertudumbre marcan el Día del Trabajo", en Diario de Juárez 1 de Mayo 2008)

Además, cuando menos 7 empresas, principalmente las relacionadas con la manufactura de partes automotrices, están haciendo convenios con los trabajadores para reducir las jornadas laborales. Según estos acuerdos la reducción en el salario que los trabajadores perciben varía entre el 50% y el 75%. Hasta 21,000 trabajadores están siendo afectados por estos convenios. Y no parece que la situación vaya a mejorar demasiado. Las expectativas de crecimiento para el sector maquilador por lo que resta del 2008 son nulas.

Como hemos visto en otros años, los efectos que la recesión del vecino país en la economía no sólo de la ciudad, sino en el país entero, pueden ser devastadores. Sólo hay que recordar que la maquiladora genera el 20% de los empleos y representa el 68% de las exportaciones nacionales. (El Diario. "Estará sector maquilador estancado todo el año", en Diario de Juárez 1 de Mayo 2008) Pero igual que en épocas pasadas, no hay estrategias que prevengan el desastre económico que nos espera. A nivel local, nuestros políticos se encuentran muy ocupados en tratar de erradicar el mal incurable del narcotráfico. Cualquiera puede ver que en todo caso, es una consecuencia de la miseria y falta de oportunidades. ¿Y las causas? ¿Quién está planeando medidas urgentes para los miles de trabajadores que se están quedando sin empleo, sin Seguro Social y con deudas? ¿Quién va a evitar que aumente la delincuencia y que los jóvenes se unan a las filas desahuciadas de los narcos? ¿Cómo se intentará detener la ola de migración y las muertes del desierto de los que se marchan?

Mientras México no sea capaz de generar empleos, la maquiladora volará a voluntad de los vientos de la globalización. Como papalote.