domingo, mayo 28, 2006

MUERTOS INCÓMODOS


Ricardo y yo salíamos apurados hacia el trabajo y ahí estaba en la acera, junto a la reja de la entrada, con algunas moscas sobrevolándolo felices. No es agradable encontrar un cadáver al salir de casa. Por lo visto, alguien lo arrojó a propósito allí para quitarlo de su camino, pues unos guantes de látex no muy lejos, delataban la intención. Los que pasaban lanzaban su indiferencia; los más generosos, una mueca de asco. Pequeñas hormigas rojas, tan eficientes siempre, habían encontrado ya un camino de ida y vuelta de su hormiguero hasta el muerto para devorarlo. Me agaché para observar mejor y pude ver que las que iban de regreso, llevaban los trozos de la carne que acababan de cortar. Con fastidio, me quedé pensando un poco qué hacer con el cuerpo. Teníamos sólo el tiempo suficiente para llegar al trabajo. Constaté rápido que a pesar de las altas temperaturas no estaba hinchado todavía, lo que me daba cierto tiempo para llevar a Ricardo y luego regresar a ocuparme de los restos si no quería encontrar un desagradable espectáculo y una pestilencia insoportable por la tarde. Además, dejarlo ahí un rato representaba la esperanza de que algún vecino, con más tiempo que yo, realizara la indeseable faena. Cuando volví una hora después, confirmé lo que ya sospechaba, que nadie iba a hacer nada. Noté que las puertas y ventanas de las casas contiguas estaban cerradas, para que el olor del muerto no penetrara en sus espacios y para hacer como que no estaban. Resignada, subí las escaleras para conseguir los implementos necesarios; guantes, bolsas plásticas grandes, agua, cloro y jabón. Antes de comenzar, vi como el vientre estaba ya al doble de su volumen. Gigantescas moscas verdes zumbaban ya a su alrededor y empezaban a posarse en el nido perfecto para sus huevos. Al meter el cuerpo no sin cierta dificultad y náuseas en una bolsa, no pude evitar fijarme más en su aspecto de vagabundo descuidado y sucio. Los ojos verdes abiertos y fríos revelaban una muerte repentina. Además, el pelo gris estaba incompleto en varios lugares. El hundimiento y posible fractura en su costado me hicieron pensar que tal vez la causa de la muerte fue atropellamiento o un golpe de otro tipo, aunque no había sangrado. Fue entonces cuando sentí lástima por él. ¿Cómo se llamaría? ¿Qué tipo de vida habrá llevado? ¿Habría alguien que alguna vez le dio amor? ¿Tuvo alguna vez un hogar donde fue feliz? ¿Lo estará alguien buscando? Lavé luego el suelo donde yacía dejando a las hormigas y a las moscas desilusionadas pero ya satisfechas. Lo siguiente fue una peregrinación para encontrar el sitio adecuado para enterrarlo. Mientras conducía, comparé su muerte con los millones de seres en el mundo que mueren en el anonimato. Vidas que nacen mereciendo como todas, amor, alegría, paz; y al morir, un entierro, unas lágrimas por la partida. Que sin embargo mueren en la calle abandonados, por enfermedad, o de frío, de hambre. Muertos que no significan sino molestia e indiferencia para los demás. Como el pobre gato gris del que me acababa de deshacer.

Imagen:
Gato Muerto

lunes, mayo 22, 2006

LA PIÑATA DEL DIABLO


La vecindad tendría unos quince inquilinos. Como en muchas otras vecindades mexicanas, todas las puertas daban hacia un patio central donde estaban los lavaderos, los tendederos de ropa, los sanitarios y los baños. Casi todas las mujeres trabajaban en las fábricas, y por eso hasta el sábado lavaban la ropa. Ese día muy temprano, cada una llenaba dos grandes tinas con agua. En una de ellas tallaban la mugre y en la otra la enjuagaban con agua limpia. Mientras lavaban agachadas sobre el tallador, desgranaban faltas propias o ajenas, y así desahogaban los desencantos de sus mínimas vidas. El tema del día en los lavaderos era la llegada del marido de Doña Clotilde esa misma tarde. Nunca nadie lo había visto, pero se rumoraba que allá de donde venía practicaba la hechicería. Magia negra para ser más exactos. Magia para hacerles mal a otros y para conchabarse muchachitas. Por eso Doña Clotilde lo dejó allá en el pueblo y se vino para la ciudad. Se instaló en esta vecindad junto con sus hijas y nunca dijo por qué el marido no se vino con ella. Pasaron muchos años y ya cuando estaba viejo y enfermo, tal vez presagiando su fin, se arrimó a recibir ayuda y un poco de afecto – más obligado que de corazón - de su famila. ¿Quién más le iba a dar la mano si era tan malo? Cuando salió a fumar un cigarro al patio nomás llegar, las vecinas se le quedaron viendo con desconfianza y temor. Nadie quería que sus conjuros las fueran a alcanzar. Los cuchicheos cesaron, terminaron de tender la ropa en silencio y se metieron a sus casas sin dejar a los niños jugar fuera. Al final de la tarde, la ropa en los tendederos repletos ondeaba como arcoiris al viento. Las mujeres terminaron con las espaldas doloridas y las manos en carne viva por la lejía y el cloro.
Don Juan era un viejo de mirada torva y soberbia, que desentonaba con la decrepitud de su cuerpo anciano y achacoso. Una de las hijas, por piedad, lo registró en el Seguro Social y ahí empezaron a hacerle estudios. Tenían que amputarle una pierna.
Los sábados siguientes, en los lavaderos cada vez se revelaba más información. La labor detectivesca de algunas pronto dio frutos y se supo más del oficio de Don Juan. Aprendió de yerbas de su padre. De las malas también. Sabía cómo hacer limpias, sacar los malos espíritus, quitar catarros, maridos y mujeres. A las muchachas les restregaba caléndula en los párpados para hacerles ver las hadas, pero luego las restregaba en otras partes. Ya en trance, se aprovechaba de ellas. Decían que hasta llegó a envenenar a algunos con sanguinaria o dedalera.

—Ha de tener tratos con el Diablo —decía una.

—Pues no lo dudes, será mejor que ni nos acerquemos. Pobre Doña Clotilde, tan vieja y tener que lidiar con un brujo enfermo.

Desde que le cortaron la pierna derecha hasta ingle, perdió el brillo altanero de los ojos. Salía en silla de ruedas al patio a tomar el sol mientras convalecía. Las lavanderas cuchicheaban.

—Mira, de lo que le sirvió ser esclavo del Diablo. ¡Le hubiera pedido la pierna que perdió!

—Eso y más se merece por haber causado tanto mal.

El siguiente fin de semana el patio y los baños comunes de la vecindad relucían de limpios. Hasta usaron aromatizante en el agua para perfumar su pobreza. Los tendederos lucían desnudos de colores. Hubo que despejar todo para hacer espacio para colgar la piñata con figura de payaso. Era el cumpleaños de Felipe, el niño de Silvia. Por la tarde comenzó la fiesta cantando a coro Las Mañanitas. Luego Felipe apagó las cinco velitas del pastel y se repartió en trozos a todos los vecinos e invitados. Don Juan, todavía pálido por la reciente amputación, miraba con ojos de perro triste la fiesta, a los niños correr y reír. Quién iba a decir que tenía tratos con el Diablo entonces. La enorme sonrisa fría de papel de la piñata contrastaba con la de Don Juan y se balanceaba en la cuerda esperando ser castigada hasta que su vientre de barro repleto de caramelos reventara. Los golpes empezaron con los niños más pequeños formados en fila. Un hombre en cada extremo de la cuerda desde las azoteas, subían o bajaban el monigote sonriente; evitando un poco los golpes para prolongar la diversión. Los demás coreaban: "¡Dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino!" Todos reían y gritaban. A los niños más grandes les vendaron los ojos y éstos sí que aporreaban la piñata duro. Pero los hombres elevaban al payaso en el momento justo para evitar que la rompieran. Finalmente, le tocó el turno a un niño fornido y alto; agarró el palo y dio un tremendo porrazo sin dar tiempo a reaccionar a los de la cuerda. La pierna derecha del payaso salió volando demasiado alto para creerlo. Dio tres vueltas y cayó en los brazos de Don Juan. Se hizo un silencio total. Todos quedaron perplejos y un halo maligno impregnó el ambiente. Don Juan estaba también un poco sorprendido. Después de unos minutos que todo mundo tragó saliva, la fiesta continuó.

sábado, mayo 20, 2006

LEYENDA AZTECA DEL ÁGUILA Y EL NOPAL

Esta es la leyenda en que se inspiraron los antiguos aztecas para fundar la ciudad de México. El escudo de armas de la bandera nacional mexicana representa parte del mito en el centro de la misma.

Cuaucóhuatl y Axolohua fieron pasando y miraron mil maravillas allí entre las cañas y las juncias.
Ese había sido el mandato que les dio Huitzilopochtli a ellos que eran sus guardianes, eran sus padres los dichos.
Lo que les dijo fue así: - “En donde se tienda la tierra entre cañas y entre juncias, allí se pondrá en pie, y reinará Huitzilopochtli.”
Así por su propia boca les habló y esta orden les dio.
Y ellos al momento vieron: sauces blancos, allí enhiestos; cañas blancas, juncias blancas, y aun las ranas blancas, peces blancos, culebras blancas: es lo que anda por las aguas.
Y vieron después donde se parten las rocas sobrepuestas, una cueva: cuatro rocas la cerraban. Una al oriente se ve, nada de agua tiene, es sin agua que se agita.
La segunda roca de la cueva ve al norte: se ve que está sobrepuesta, y de ella sale el agua que se llama agua azul, agua verdosa.
Cuando esto vieron los viejos se pusieron a llorar.
Y decían: - ¿Con que aquí ha de ser?
Es que estaban viendo lo que les había dicho, lo que les había ordenado Huitzilopochtli.
Es que él les había dicho:
-“Habéis de ver maravillas muchas entre cañas y entre juncias.”
¡Ahora las estamos mirando – decían ellos –, y quedamos admirados!
¡Cuán verdadero fue el dicho, bien se realizó su orden!
Van a buscar a los mexicanos y les dicen:
- “Mexicanos, vamos, vamos a admirar lo que hemos contemplado. Digamos al
Sacerdote: él dirá qué debemos hacer.”
Fueron a Temazcatitlan y allí se detuvieron. Por la noche vinieron a ver, vieron a mostrarse unos a otros y era el sacerdote Cuauhtlaquezqui, que es el mismo Huitzilopochtli.
Dijo él: - Cuaucóhuatl, ¿habéis visto allí todo lo que hay entre cañas y juncias? ¡Aún resta ver otra cosa!
No la habeís visto todavía.
Id y ved un nopal salvaje: y allí tranquila veréis un águila que está enhiesta. Allí come, allí se peina las plumas, y con eso quedará contento vuestro corazón: ¡allí está el corazón de Copil que tú fuiste a arrojar allá donde el agua hace giros y más giros! Pero allí donde vino a caer, y habéis visto entre los peñascos, en aquella cueva entre cañas y juncias, ¡del corazón de Cópil ha brotado ese nopal salvaje! ¡Y allí estaremos y allí reinaremos: allí esperaremos y daremos encuentro a toda clase de gentes!
- Nuestro pechos, nuestra cabeza, nuestras flechas, nuestros escudos, allí les haremos ver: a todos los que nos rodean allí los conquistaremos! Aquí estará perdurable nuestra ciudad de Tenochtitlan! El sitio donde el águila grazna, en donde abre las alas; el sitio donde ella come y en donde vuelan los peces, donde las serpientes van haciendo ruedos y silban! ¡Ese será México Tenochtitlan, y muchas cosas han de suceder!”
- Dijo entonces Cuauhcóatl: - ¡Muy bien está mi señor sacerdote:
¡Lo concedió tu corazón: vamos a a hacer que lo oigan mis padres los ancianos todos juntos!
Y luego hizo reunir a los ancianos todos Cuauhcótal y les dio a conocer las palabras de Huitzilopochtli.
Las oyeron los mexicanos. Y de nuevo van allá entre cañas y entre juncias, a la orilla de la cueva.
Llegaron al sitio donde se levanta el nopal salvaje allí al borde de la cueva, y vieron tranquila parada el Águila en el nopal salvaje: allí come, allí devora y echa a la cueva los restos de lo que come.
Y cuando el Águila vio a los mexicanos, se inclinó profundamente.
Y el Águila veía desde lejos.
Su nido y su asiento era él de cuantas finas plumas hay: plumas de azulejos, plumas de aves rojas y plumas de quetzal.
Y vieron también allí cabezas de aves preciosas y patas de aves y huesos de aves finas tendidos en la tierra.
Les habló el dios y así les dijo:
- Ah, mexicanos: aquí sí será! ¡México es aquí! Y aunque no veían quién les hablaba, se pusieron a llorar y decían: - ¡Felices nosotros, dichosos al fin: hemos visto ya dónde ha de ser nuestra ciudad! ¡Vamos y vengamos a reposar aquí!

Texto de la Crónica Mexicayotl, que redactó Fernando de Alvarado Tezozómoc hacia 1600, fundado en documentos muy antiguos de la Casa Real de México, de que era deudo. Fue dada a luz con versión en 1945. Es el fondo de muchos mitos que repiten otros autores. El texto es muy antiguo.

Tomado de La Literatura de los Aztecas – Editorial Joaquín Mortiz
Ángel M. Garibay K.
Especialista en náhuatl y en letras clásicas
Premio Nacional de Literaura 1965

miércoles, mayo 17, 2006

MUNDO KIPPELIZADO

“Todo el universo avanza hacia una fase final de absoluta kippelización”
Blade Runner ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? Philip K. Dick 1968

Vivimos en un mundo cada vez más “kippelizado” y llegará algún día que el “kippel” destruirá al planeta y con ello, a la raza humana. Philip K. Dick, en su clásica y leidísima novela de ciencia ficción ya visionó el sombrío panorama del mundo-tumba: la tierra devastada por las guerras y cubierta de basura y desechos tecnológicos. A este acumulamiento de desperdicio y chatarra industrial lo llamó kippel:

-“Kippel son los objetos inútiles, las cartas de propaganda, las cajas de cerillas después de que se ha gastado la última, el envoltorio del periódico del día anterior. Cuando no hay gente, el kippel se reproduce. Por ejemplo, si se va usted a la cama y deja un poco de kippel en la casa, cuando se despierta a la mañana siguiente, hay dos veces más.” “Cada vez hay más… Esa es la Primera Ley de Kippel – dijo él -. El kippel expulsa al no-kippel…”

-“ De modo que se ha apoderado de todo – concluyó la mujer.”

Con el vertiginoso avance tecnológico de las úlimas décadas, todos quieren obtener sus beneficios; y van desechando antes incluso de que la vida útil de los aparatos concluya, los nuevos modelos que ofrezcan un mayor abanico de características. Es por eso que las espeluznantes cifras de residuos en el planeta se estiman en 150 millones de toneladas anuales, de acuerdo a datos de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). Coches, neumáticos, computadoras, teléfonos celulares, y una multitud de aparatos eléctricos y electrónicos; así como productos caducos, fuera de especificación, materiales contaminados, partes no re-usables, sustancias que no cumplen satisfactoriamente su función, residuos de procesos industriales, de torno o pulido, de procesamiento de materias primas, etc., contaminan el subsuelo, los mantos acuíferos, la flora, la fauna, y el aire que respiramos. Solamente en el 2005, se desecharon 130 millones de teléfonos celulares, según cifras del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP). Indudablemente que esta cantidad se incrementará por las novedades tecnológicas que siguen incorporando a estos aparatos día a día y por la fiebre que se ha apoderado de los consumidores bombardeados hasta la locura con publicidad en todos los medios.

Las sustancias y materiales que contienen los aparatos electrónicos como las computadoras y los teléfonos celulares no solamente envenenan nuestro entorno, sino que además son peligrosas para la salud. Éstos contienen metales pesados como plomo, mercurio, cadmio, cromo, retardadores de fuego bromados, berilio, y químicos peligrosos. Aun más, los deshuesaderos y maquiladoras de reciclaje de estos aparatos están proliferando en países como China, India y África. Allí, los hombres, mujeres y niños más pobres, ya han creado poblaciones enteras como la HP Laser Jet Town en China, donde se dedican a recuperar las partes aprovechables por un dólar y medio al día bajo condiciones inseguras.

Pero vivimos en una era donde el dinero está por encima de los intereses que debieran ser nuestros más preciados tesoros: la vida misma y nuestra hermosa tierra azul. Mientras tanto, montañas gigantescas de cosas inservibles se apoderan de nuestros espacios vitales, expulsando al no-kippel. Igual que en la visión apocalíptica de Philip K. Dick. Caro pagaremos este error.

“…Oyó la llegada del kippel, del desorden final de todas las formas, de la ausencia triunfadora, mientras estaba allí, de pie, con la taza de cerámica vacía en la mano.”

domingo, mayo 14, 2006

SONÁMBULO GLOTÓN

La luz encendida en el comedor me punzó en la profundidad del sueño hasta que me hizo abrir los ojos. O tal vez fue la ausencia de Ricardo a mi lado lo que me desasogó haciéndome despertar. No lo puedo evitar; necesito de la oscuridad total para dormir sin que nada altere mi descanso, por lo que casi nunca me levanto de noche. Cortar el sueño para agarrarlo donde se quedó ya no es lo mismo. ¿Acaso no sucede igual cuando alguien sin quererlo interrumpe una película? La emoción ya no se la continúa en el mismo punto de algidez. Ricardo por el contrario, es una criatura nocturnal, pero cuando se levanta a media noche para beber un vaso de agua, se vuelve a acostar enseguida. Sin embargo, esa noche noté que la luz del comedor que llegaba a la recámara diagonalmente y se filtraba por la puerta entreabierta, ya duraba demasiado encendida. Despierta ya a regañadientes, agucé el oído esperando escuchar el clic del interruptor para apagarlo, pero nada sucedió. Intenté dormir nuevamente sin estar pendiente de Ricardo, pero la luz – espantajo de la nocturnancia -, se metía dentro de mis párpados cerrados. Como no escuchaba ningún ruido, pensé que se habría quedado dormido en la sala, mas tampoco escuchaba sus ronquidos. Finalmente me levanté decidida y comprobé que no estaba en la sala. Luego fui al comedor. Allí estaba, en el sitio que ocupa siempre en la mesa, desnudo, devorando un emparedado a las cuatro de la mañana. Sin decir nada me le quedé mirando asombrada y pregunté una obviedad. ¿Qué estás haciendo? Levantó hacia mí la mirada de gato que pone a veces mirando a la nada, mientras seguía masticando. Gradualmente abrió los ojos -ya de por sí demasiado grandes - hasta la desmesura, y entonces lanzó un grito ahogado, gutural, de horror al verme; que por poco hizo que se atragantara con el pan. Entonces comprendí. Estaba dormido. Había despertado cuando le hablé y me descubrió frente a él como una aparición terrorífica: en una bata de dormir blanca, con el rimel corrido y el cabello revuelto. Reaccioné antes de que saliera corriendo diciéndole, “¡Soy yo, cálmate!

Pasados los sustos, nos fuimos a la cama a continuar nuestros sueños.

martes, mayo 09, 2006

MI VIDA EN JUÁREZ

Texto ganador de una mención honorífica en el Certamen Mi Vida en Juárez - Abril 2006 Da un click en la imagen para agrandarla

Después de leer el diario del domingo me quedo con la idea de que Juárez es un eructo pestilente, una cloaca que recibe las inmundicias de muchos desagües y me pregunto hasta dónde su corrosión ha penetrado en mi espíritu.

Apenas amanece y después de un café enciendo el viejo carro y enfilo hacia el Poniente. Es una mañana clara y aunque no ha terminado el invierno, no hace frío. Los vientos de los días pasados se llevaron la espesa capa ennegrecida de humo, por eso puedo ver claramente los contornos grises de los cerros. A la izquierda está el Cerro Bola y junto a él, el que le dicen Cerro del Águila y a su derecha, uno más que no sé si tenga nombre. Su cima achatada se ve aun mejor que las de los otros y se distinguen las casitas salpicadas hasta la mitad de su altura. Su letrero “LA BIBLIA ES LA VERDAD, LÉELA” en gigantescas letras blancas se lee desde cualquier punto aunque no quiera uno. Es feo, y delata la ingenuidad de quienes a falta de esperanzas fincadas en bases reales, apaciguan sus temores y anclan sus sueños en la invisibilidad de su fe.

Hoy me levanté con el impulso de hacer un recorrido por los lugares que me traen recuerdos para hacer un breve repaso de mi vida en esta ciudad, como volver atrás las páginas de un libro para intentar aprehender la esencia de lo leído. Por eso subí al carro y aquí voy, esquivando el nervioso tráfico de las ocho de la mañana. Ciudad Juárez ha moldeado mi ánimo y me ha dejado un regusto amargo. Creo que en parte es por la aridez de la tierra que cada año se levanta en airadas tolvaneras que pueden durar semanas. El viento entonces se adueña de todas las flautas y sopla una melodía inquietante mientras la arena penetra en los intersticios cubriendo todo y dejando un paisaje lunar. Por eso en el juego de naipes de mis sueños, a veces aparece uno que me lleva a ese paraje solitario donde sólo me acompaña el ulular triste del viento. En parte también es porque Juárez es una encrucijada donde se arremolinan demasiadas ambiciones, como una alcantarilla donde abundan alimañas que se aniquilan unas a otras. Enterarse a diario de las muertes de la vorágine de este lugar no es música para el alma.

Por fin llego a una de las colonias donde viví en mi infancia cerca del Panteón Tepeyac. La casa estaba sólo a pocos metros del panteón y por eso mis hermanos y yo jugábamos entre las tumbas. Yo me ponía a leer los nombres y los epitafios en las lápidas y me gustaba recorrerlas todas para ver cuál era más bonita. Algunas tenían fotografías de los que habían muerto y me entretenía viéndolas. Si la imagen parece lúgubre, entonces a mí no me lo parecía. A los siete años la muerte no tiene un significado preciso. De hecho, quizás fue la época que más disfruté la fantasía de ser niña. También jugábamos en La Piedrera, muy cerca del panteón. La Piedrera era un molino de piedra a donde llevaban rocas grandes de todos colores y texturas para partirlos en trozos más pequeños según los pedidos de los clientes. Alrededor del molino había montículos rojos, blancos, amarillos y era divertido subirse a ellos y tener la sensación de estar en las alturas; o jugar a las escondidas alrededor de las pequeñas montañas. Un disco de fierro abandonado, con el eje clavado en la tierra - tal vez en otros tiempos parte de la maquinaria del molino - nos servía como tiovivo al que mientras uno hacía girar, otro se sentaba en él para dar vueltas y más vueltas hasta marearnos y reír como pequeños ebrios de alegría.

¿Cuándo se acabó la fantasía que me hizo enfrentar una realidad para la que no estaba preparada? ¿Será tal vez cuando fui con mi madre al centro y al dar la vuelta en una esquina una imagen me estremeció? Ahí, sentado sobre un trozo de cobija estaba un hombre cuya parte superior del cuerpo era normal, pero sus piernas, que se convulsionaban sin control y descubiertas a propósito para despertar compasión, eran del tamaño de las de un bebé. Pedía limosna con una lata en la mano. Después del susto pregunté a mi madre y me dijo que había personas así en el mundo. Entonces supe que existía el sufrimiento, la pobreza, la deformidad y sentí que una parte de mi inocencia escapaba para siempre. ¿O será cuando mi padre abandonó el hogar dejándonos a mi madre y siete hermanos a la deriva? De ahí en adelante la miseria se apoderó de nosotros como una ladrona y ya no se apartó hasta que nos torturó las entrañas con el hambre y dejó que el invierno nos helara los cuerpos y las almas. Todo eso nos dejó marcas como de estigma y yo nunca más volví a disfrutar la infancia.

Pensando en estas cosas no me di cuenta que la luz verde del semáforo encendió y el de atrás lanzó un insulto a mi madre. Tomo la Avenida Insurgentes hasta la Avenida de la Raza, después la Juárez-Porvenir para entrar al Parque Industrial Bermúdez y paso por la primera maquila en que trabajé cuando cumplí los quince. A esa edad no es fácil acostumbrarse a una jornada de trabajo completa y a la disciplina de un horario. Detengo el carro y miro el edificio que me trae recuerdos de otros tiempos más difíciles. Adentro pasé muchos años de mi vida. Suena un timbre y salen los obreros a desayunar, la mayoría son muy jóvenes y ya llevan el peso de una dura responsabilidad. Muchos de ellos ya son padres o madres y eso complica aun más la vida.

Trabajé en maquiladoras treinta años. Las cosas para los obreros han mejorado en todo este tiempo. Ahora hay autobuses que van a todas las colonias – no como antes - y uno puede ver a las horas de entrada y salida de los trabajadores cientos de autobuses multicolores en procesión hacia los parques industriales acelerando para llegar a tiempo. El chirriante barritar de sus frenos desvencijados se deja escuchar cada vez que la luz de los semáforos se pone en rojo. En el centro, miles de trabajadores con batas de trabajo de colores también, que las empresas les dan para diferenciar sus puestos, se arremolinan como hormigas para subir o se desperdigan en desbandada al bajar de los autobuses.

La maquila logró que mi economía mejorara hasta que la empresa quebró y para no pagar las indemnizaciones de acuerdo a la ley, inventaron razones para despedir a todo el personal. Fue un golpe bajo. No nos pagaron ni la última semana trabajada. Creímos que una demanda en la Junta de Conciliación arreglaría el problema pronto, pero eso de que la Junta es una institución que proteje a los trabajadores es una falacia. Por lo que he podido comprobar, no es más que una oficina tramitadora de los juicios laborales. De pronto me encontré en la calle con una edad que no cumple los criterios de contratación de las maquilas, que te condena a una pensión raquítica y a pasar de hábil empleado, a vendedor de burros o de productos Avon. Doy una vuelta más por el parque mientras las volutas de mis recuerdos hacen círculos y se elevan hasta desaparecer.

De camino al Centro por la Avenida Ribereño volteo hacia el Bravo, en otros tiempos de aguas caudalosas y protagonista de películas del Oeste. Allí donde miles de mexicanos de todo el país se cruzan arriesgando la vida todos los días. Ese río que ya no es, es el culpable de la maldad que nos invade, la tenue línea que nos separa del otro mundo que es mejor y a donde todos quieren irse: a trabajar, a vender drogas, a huir, a conseguir papeles de americano, unos llevan, otros traen y muchos mueren en el intento. Me viene a la memoria esa vieja canción de un grupo local: “Ahí yo me moriré, a la orilla del río…”

Recorro las calles hasta llegar al mercado en el centro. ¡Qué bullicio! Los olores de muchas comidas mezcladas con los olores del drenaje y del smog flotan, hieren las fosas nasales y llegan revueltos como amasijo a mi estómago vacío hasta provocar náuseas. La gente cruza descuidadamente y la plaza frente a la catedral está inundada de todo tipo de personajes: los que piden o venden algo, los que pasan, los que miran, los que tienen la cabeza baja, los que sólo están por estar. Con los años y los nuevos centros comerciales, el antiguo centro se desmorona como un viejo abandonado a su suerte.

Mientras tomo la Vicente Guerrero en dirección Oriente para regresar a casa pienso que no todo lo que la vida en la frontera me ha dejado es malo con todo y su hervidero de problemas. El puñado de los valores más importantes que me inculcaron mi madre y algunos de mis maestros me acorazaron para aguantar las embestidas de la vida a pesar de la descomposición que me rodeaba. Los sinsabores personales han sido compensados por tiempos breves pero intensos y plenos de felicidad. La disciplina de un trabajo duro y las cosas que aprendí me hicieron luchar por mejores puestos y me prepararon para competir. A pesar de las terribles pérdidas de mujeres, hombres y niños por la violencia familiar, la ignorancia, el narcotráfico, la drogadicción, el alcoholismo, la inseguridad, la impunidad, o todo ello, puedo ver a través de la niebla a aquellos que como yo luchan todos los días por dignificar su existencia y valoro a los juarenses que intentan permanecer erguidos con la cabeza fuera de la mierda.

miércoles, mayo 03, 2006

POEMA MEXICA

Este poema del rey mexica Xacayacamachan refleja con fidelidad ese sentimiento de pertenencia a esta comunidad ciber-espacial democrática en todo sentido, que permite expresar sentires sin importar si los unos son mejores que los otros. Lo dedico a todos mis amigos blogueros.

POETA MÍNIMO


Amigos míos, a vosotros busco:
he ido recorriendo todas las sementeras,
!Ah, ya estáis aquí!
!Alegraos, discurrid unos con otros,
he llegado yo, oh amigos, yo que soy vuestro amigo!
¿Y yo entre las flores vengo a introducirme?
¿Yo flor de cadillo, yo flor de muicle?
¿Yo puedo venir? ¿Yo ser invitado?
Soy un miserable: me vivo volando,
¿Quién puedo yo ser?
Cierto: algo compongo: son cantos de flores,
son mariposas de cantos.
Muéstrese mi sentimiento; mi corazón sepa.
Llegué junto a otros: he bajado ya,
yo soy ave roja de la primavera,
ya me poso en tierra, despliego mis alas,
y allí junto a los atabales
se eleva mi canto y va por el mundo.

Cant. Mexica., f. 11 v., lin. 13 ss. De Xacayacamachan, rey de Huexotzinco, en las primeras décadas del siglo XVI. Las plantas con las que se compara son el cadillo, Triumpheta speciosa, y T. lappula, el llamado muicle, que es medicinal y tintorera, pero al parecer sin valor alguno. El título del poema es de Ángel M. Garibay, compilador e investigador indigenista mexicano.

Fuente: La literatura de los Aztecas de Ángel M. Garibay K., Editorial Joaquín Mortiz

martes, mayo 02, 2006

LA CULEBRA

Las primeras gotas grandes y gordas cayeron pesadas en la tierra seca ¡plop, plop, plop! y fue cuando supimos que el aguacero no tardaría en caer. Una alegría expectante antes de la lluvia nos invadió. Deseábamos que cayera y nos mojara a todos de una vez. Los niños nos tomamos de las manos y corrimos en círculo mientras cantábamos esa cancioncilla: “que llueva, que llueva, la virgen de la cueva, los pajaritos cantan, la luna se levanta, que sí, que no, ¡que caiga un chaparrón…!” Pero las señoras empezaron a salir de las casas con expresiones de susto y preocupación. Miraban al cielo ya de un color plomo oscuro. Unas traían tijeras y otras, cuchillos. Detuvimos el juego circular y la canción, y entonces también nosotros lanzamos las miradas a lo lejos para ver esa cosa negra contonearse como culebra. Los relámpagos y truenos como fanfarrias la acompañaban anunciando su llegada. Parecía el personaje poderoso de un cuento que llegara a un baile sin invitación, orgulloso de dejar a todos sin aliento con su gigantesco paraguas de nubes amoratadas. Todavía estaba muy lejos pero su negrura y tamaño amenazaban con engullirnos o aplastarnos nomás llegar. Era inusual que apareciera en un lugar donde raras veces llueve, por eso su presencia ondulante nos hipnotizaba a todos. Conforme se acercaba, el volumen de los rezos aumentaba y entonces los brillos de las tijeras se levantaron al cielo cortando trozos de la nada. Con los cuchillos, otras mujeres cruzaban tajos en dirección de la culebra por deshacer el maleficio del genio que la hizo aparecer. Cuando preguntamos azorados el significado de tal conjuro, alguien nos dijo que si no se cortaba, la culebra nos mataría a todos cuando se acercara.

Esa tarde la culebra cayó en pedazos rotos de tormenta. Los filos mágicos desencantaron el hechizo y al fin pudimos salir a jugar cuando escampó.