martes, enero 03, 2006

CELIA EN VIERNES

Celia limpiaba los baños de las mujeres obreras de una maquila. A pesar de sus poco más de 20 años fue asignada a uno de esos puestos en los que solamente contratan personas mayores o que no pasaron los tests de conocimientos y habilidades mínimos. Una niña de cinco años tendría una comunicación más brillante y fluida que la de la Celia. Desatrancar sanitarios; limpiar y desinfectar mingitorios; borrar obscenidades de las paredes; raspar los mocos de las puertas; recoger papeles con materia fecal o menstrual; lavar papeleras malolientes; trapear el suelo y enjuagar el trapeador una vez y otra vez, y otra hasta que el agua ennegrecida y sucia del trapeador saliera limpia. Estas son solamente algunas de las tareas que Celia, y otros como ella hacen a cambio del salario y los beneficios más bajos en la escala salarial de las empresas.

En lugar de ser alegre y coqueta como otras de su edad, la mirada de Celia era siempre triste y siempre dirigida hacia abajo como si un secreto la avergonzara. Siempre me pregunté qué herencia podían haberle dejado sus veinte años para que la tristeza embargara su espíritu de ese modo, pero me alegro de no haberlo sabido. Era también difícil saber cómo se las arreglaba con su exiguo salario para pagar la renta y los servicios y a quien cuidaba de su hija pequeña. De lo que estaba segura es que todos los días preguntaba si se podía quedar a trabajar tiempo extra. Celia trabajaba siempre unas 14 horas más de las 42 obligatorias a la semana. Aun así no le alcanzaba para cubrir sus gastos.

Don Cosme era un viejo que también limpiaba los baños en una de las alas del edificio. Algún reclutador de personal caritativo lo contrató aunque el señor caminara con dificultad y su falta de energía fuera evidente. Debía estar próximo a la edad de la jubilación y además parecía enfermo. Tenía esa enfermedad de los huesos que afecta a los viejos y que va haciendo que las piernas se hagan arco conforme la enfermedad avanza, lo que le hacía difícil caminar. El hombre era de campo, se notaba porque no se quitaba el sombrero arrugado y mugroso en todo el día como si fuera a arar bajo el sol y el sombrero fuera no sólo una necesidad, sino una extensión de su personalidad. Una sonrisa permanente y estúpida colgaba de su boca. Cuando pasaba Celia, la seguía con la mirada y la sonrisa se le agrandaba. Se agarraba el ala izquierda del sombrero y la bajaba un poco como para mirarla más subrepticiamente.

Los chismes en los lugares donde hay mucha gente que a diario se ve y se trata circulan con rapidez y se van extendiendo cuando llegan a los oídos de todos por cuyas bocas vuelve a salir un nuevo rumor esta vez renovado y fresco, aderezado con la imaginación morbosa de cada uno. Todo empezó cuando Celia, los viernes, llegaba a la maquila con minifalda dejando ver unas piernas no muy agraciadas pero carnosas y macizas como correspondía a sus veinte años. Aun cuando estaba deslucida, la ropa era más estrecha evidenciando sus redondeces mal cuidadas. Posiblemente la plasta de maquillaje barato y excesivo que embadurnaba su cara fue lo que llamó la atención de las obreras que entraban a los baños. Era llamativo verla en minifalda, blusas de colores chillantes y con medias y tacones trapeando los pisos y lavando las tazas de los sanitarios. Ahora la sonrisa de don Cosme babeaba cuando Celia pasaba frente a los baños de los hombres. A algo nuevo y misterioso se dedicaba Celia al salir de la maquila los viernes, que son los días de pago y muchas obreras se van a bailar, a cenar al centro o a tomarse algo por allí pero no se sabía que Celia lo hiciera.

La bola de nieve de los chismes decía que para sacar un algo más de dinero Celia se iba a la Avenida Ferrocarril, una calle donde se apostan prostitutas y prostitutos a ofrecer sus servicios. Que también se iba con el vejete Don Cosme y a cambio de unos pocos pesos se dejaba manosear por él, que ya estaba acostumbrada porque ya había estado con otros viejos antes. Lo cierto es que si Celia vendía su cuerpo o no cada viernes por la noche en una calle oscura, o si se dejaba babosear por el viejo Cosme, ello no logró que Celia dejara de trabajar 56 horas a la semana ni que cambiara su estado de ánimo. Parece que la tristeza se quedó a vivir en su mirada. Celia en viernes busca lo que le falta inútilmente, infructuosamente, pero es todo lo que Celia cree que puede hacer.

1 comentario:

Maquila Donna dijo...

Alberto,

La posibilidad de que Celia - y otras como ella - haya decidido buscar otras fuentes de recursos económicos y afectivos es real. Intento con la historia desenmascarar a la maquila como la panacea de la pobreza en la frontera.

Don Melón,

Gracias por tu extenso comentario. Más que gráfica me considero solidaria. Más allá del interés en los rumores en el ambiente laboral quise evidenciar la frágil distancia entre la miseria y la sordidez de la existencia a la que podemos ser lanzados cuando las necesidades primarias no son satisfechas.

Saludos,

Elpidia