domingo, agosto 29, 2004

PESADILLAS

Después de muchos años de tener ciertas pesadillas recurrentes he llegado a la conclusión que su origen se encuentra en el pánico que me producía recorrer las polvorientas calles de mi colonia muy de madrugada para poder tomar el autobús que me llevaría a la maquila. Para una jovencita de 15 años tener que levantarse a las cuatro de la mañana y salir a oscuras de su casa es bastante atemorizante sobre todo porque la colonia Galeana en los años 70 carecía de iluminación y sus calles no estaban ni lejanamente pavimentadas. El trayecto hasta la parada de autobuses era de unos quince minutos que a mi corta edad parecían quince horas. No es que solamente no hubiera pavimentación, sino que además los cerros habían sido tasajeados burdamente por los arroyos cuando llovía y las casas se habían ido amontonando desordenadamente por quienes iban llegando y como Dios le daba a entender; por eso las calles no eran sino medios barrancos terregosos y las casuchas se recortaban fantasmagóricas contra la luz de la luna y las estrellas –cuando había suerte-
Por las tardes, entre los recovecos de los barrancos y detrás de los muros derruidos, se reunían hordas de pandilleros a inhalar thinner o pegamento y a hacer patente su triste humanidad a costa de apedrear a otros grupos de pandillas no menos lastimosas y de atemorizar a los vecinos con sus reyertas.

Por eso cuando recorría el desolado paisaje mi corazón se agitaba como el de un conejo y mis sentidos iban todos en alerta máxima, tanto, que al llegar a la parada del camión, un suspiro de alivio remataba los quince minutos-horas que tardaba en llegar. En todo ese tiempo maldecía a un padre que no estaba para encaminarme cada mañana como lo hacían algunos padres de mis amigas.

El paisaje se hacía todavía más tétrico cuando el viento ululaba levantando cortinas de polvo que no me dejaban ver y me hacían sentir todavía más miserable en mi recorrido de terror. Siempre tuve la sensación de caminar de madrugada en medio de un cementerio lleno de polvo siempre, como si hubiera pasado décadas en abandono-.

La parada estaba en una calle más iluminada y por donde pasaban los autobuses cada media hora. Ya entonces alguno que otro llegaba también y mi angustia se reducía un poco. Empezaba otro tipo de lucha entonces, pues los camiones eran escasos y al pararse alguno, había que empujar y aventar para ganar un sitio a toda costa o exponerse a llegar tarde al trabajo y entonces no poder entrar.

Han cambiado muchas cosas desde entonces, menos el que las muchachas de quince años sigan saliendo de sus casas a horas aun oscuras cuando podrían estar dedicándose a terminar la prepa. Los riesgos siguen siendo muy grandes –aun peores que antes- y faltan muchos padres que se interesen por la seguridad de sus hijas. Lo que ha mejorado es el transporte, las maquilas y las autoridades han reconocido que es conveniente que los trabajadores se presenten a tiempo a sus trabajos, y se han asegurado que no importa cuán miserable sea la colonia, pase una unidad de transporte con la suficiente frecuencia para que cualquier despistado salga corriendo de su casa y se monte al vuelo en la siguiente unidad, qué eficiencia!

Salvo unas cuantas variables, tengo 30 años con la misma pesadilla: salgo de mi casa y me enfrento a la oscuridad, el miedo, la desolación. El paisaje es ruinoso y a veces, el sonido del viento ameniza la escena par hacerla aun más temible. El polvo lo cubre todo, como en un día de muertos de Noviembre, y yo no sé si estoy viva o estoy muerta, pero sigo avanzando porque hay algo que no espera y tengo un compromiso ineludible: mi trabajo en la maquila...

martes, agosto 24, 2004

EL PRINCIPIO - MALENA

Solamente porque no estoy segura cómo comenzar esto, recordaré la ilusión que me causaba la posibilidad de trabajar por primera vez cuando tenía trece años. Muy pronto me daría cuenta que lo que parecía muy bueno no lo era tanto. Por una parte me atraía el dinero que podría obtener semanalmente, eso significaba la libertad en muchos sentidos. Por otra, las historias sobre lo difícil que era obtener el trabajo y hasta trasladarse a las pocas fábricas asentadas en la ciudad en los 70s sonaban demasiado complicadas para mi juventud. La primera tragedia relacionada con las maquiladoras la conocí cuando en la vecindad se comentó que mi vecina Malena -probablemente de unos diecisiete años entonces-, había tenido un accidente junto con varias muchachas quienes se volcaron en la troca que cada madrugada las llevaba a la primera maquiladora de la ciudad. En ese tiempo, el transporte público no era suficiente y quienes lograron contratarse en la RCA (la primera de estas factorías en Ciudad Juárez) hacían verdaderos milagros para llegar cada día al trabajo. Una chica murió y Malena quedó mal herida. Sorprende ahora que a pesar de que las distancias son las mismas que hace treinta y cinco años y que ahora en coche se puede llegar desde la vecindad donde Malena y yo vivíamos hasta la RCA en una media hora, la falta de transporte, y una urbanización deficiente deformaran las distancias y agrandaran las vicisitudes. Malena se recuperó de sus heridas y siguió en la maquila, no sé qué fue de ella... solamente que se levantaba de madrugada, que se montaba en la parte trasera de una troca que daba tumbos en el camino pedregoso entre campos de cultivo rumbo al Valle de Juárez; lloviera o nevara; soportando el viento helado del invierno, mientras cerraba los ojos todavía sin despertar realmente para soñar en una vida mejor...